POETAS SIN FRONTERAS - POETS WITHOUT BORDERS
POETAS SIN FRONTERAS - POETS WITHOUT BORDERS

ELEGÍA A LA MUERTE DEL INCA ATAGUALPA

22-10- 2016.

 

*Comprobamos a cada instante que la historia es una fantasmagoría, una danza de sombras, un baile sangriento dónde, con alarmante frecuencia, únicamente se escribe con la pluma y la tinta de los vencedores. Pero existe esa otra dimensión de nuestras gestas fácticas a la que Octavio Paz llamara La Historia Invisible. Es aquella que permanece –secreta, vital y sanguínea–dormitando detrás de los libros y las versiones oficiales, y que se encuentra presta a regresar con su carga beatífica.

 

La Minga de nuestros indígenas parece una expresión certera de esa Historia Invisible que un día reintegrará a las víctimas, ajustará las cuentas y despertará las más sublimes fuerzas dormidas.

 

 

 

 

¿Qué arco iris es este negro arcoíris

que se alza?

Para el enemigo del Cuzco horrible flecha

que amanece.

Por doquier granizada siniestra

Golpea.

Mi corazón presentía

a cada instante,

aún en mis sueños, asaltándome,

en el letargo,

a la mosca azul anunciadora de la muerte;

dolor inacabable.

El sol vuélvese amarillo, anochece

Misteriosamente;

amortaja a Atahualpa, su cadáver

y su nombre;

la muerte del Inca reduce

al tiempo que dura un pestañeo.

Su amada cabeza ya la envuelve

el horrendo enemigo;

y un río de sangre camina; se extiende,

en dos corrientes.

Sus dientes crujidores ya están mordiendo

la bárbara tristeza;

se han vuelto de plomo sus ojos que eran como el sol,

ojos de Inca.

Se ha helado ya el gran corazón

de Atahualpa.

El llanto de los hombres de las cuatro regiones

ahogándole.

Las nubes del cielo han dejado

ennegreciéndose;

la madre luna, transida, con el rostro enfermo,

empequeñece.

Y todo y todos se esconden, desaparecen,

padeciendo.

La tierra se niega a sepultar

a su Señor.

Como si se avergonzara del cadáver

de quien la amó,

como si temiera su adalid

devorar.

Y los precipicios de rocas tiemblan por su amo,

canciones fúnebres entonando;

el río brama con el poder de su dolor,

su caudal levantando.

Las lágrimas en torrentes, juntas,

se recogen.

¿Qué hombre no caerá en el llanto

por quien lo amó?

¿Qué niño no ha de existir

para su padre?

Gimiente, doliente, corazón herido

sin palmas.

¿Qué paloma amante no da su ser

al amado?

¿Qué delirante e inquieto venado salvaje

a su instinto no obedece?

Lágrimas de sangre arrancadas, arrancadas

de su alegría;

espejo vertiente de sus lágrimas,

¡retratad su cadáver!

Bañad todos, en su gran ternura,

vuestro regazo.

Con sus múltiples, poderosas manos,

con las alas de su corazón

los acariciados;

los protegidos;

con la delicada tela de su pecho

los abrigados,

clamen, ahora,

con la doliente voz de las viudas tristes.

Las nobles escogidas se han inclinado, juntas,

todas de luto;

el Villaj Umu se ha vestido de su manto

para el sacrificio;

todos los hombres han desfilado

a sus tumbas.

Mortalmente sufre su tristeza delirante,

la madre reina;

los ríos de sus lágrimas saltan

al amarillo cadáver.

Su rostro está yerto, inmóvil,

y su boca (dice):

"Adonde te fuiste perdiéndote

de mis ojos

abandonando este mundo

en mi duelo;

eternamente desgarrándote

de mi corazón".

Enriquecido con el oro del rescate

el español.

Su horrible corazón por el poder devorado;

se empujan unos a otros

con ansias cada vez, cada vez más oscuras,

fieras enfurecidas.

Les diste cuanto te pidieron, los colmaste;

te asesinaron, sin embargo.

Sus deseos hasta donde clamaron los henchiste

tú solo.

Y muriendo en Cajamarca

te extinguiste.

Se ha acabado ya en tus venas

la sangre;

se ha apagado en tus ojos

la luz;

en el fondo de la más intensa estrella ha caído

tu mirar.

Gime, sufre, camina, vuela enloquecida

tu alma, paloma amada;

delirante, delirante, llora, padece

tu corazón amado.

Con el martirio de la separación infinita

el corazón se rompe.

El límpido, resplandeciente trono de oro

y tu cuna;

los vasos de oro, todo

se repartieron.

Bajo un extraño imperio, colmados de martirios

y destruidos;

perplejos, extraviados, negada la memoria,

solos;

muerta la sombra que protege

lloramos;

sin tener a quién o dónde volver,

estamos delirando.

¿Soportará tu corazón,

inca, nuestra errabunda vida

dispersada,

por peligros sin cuento cercada, en manos ajenas,

pisoteada?

Tus ojos, que como flechas de ventura herían,

ábrelos;

tus magnánimas manos,

extiéndelas;

y con esa visión fortalecidos

despídenos.

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