La mujer fue cayendo como un atardecer.
Lentamente,
los pájaros alzaron el vuelo.
Caer después del beso,
de la espera y la distancia,
volverse ocre, gris
y después silencio.
Los pájaros en sus cantos
convocan la llovizna.
La mujer cayendo
ya no piensa en el regreso
ni en la cruel sentencia del tiempo.
El niño habla con los pájaros
sobre los secretos del corazón de los hombres.
Sus ojos no ven lo que alma intuye,
sus pobres ojos de sombras que danzan
en la espesura de sus deseos infantiles.
Nadie lo ama porque es ciego,
eso dice,
y eso lee en braille
en el rostro de su padre.
¿Adónde irá el niño de la eterna noche?
El niño conversa con los pájaros
con los anunciadores
de amores y desgracias.
De lejos unos ojos lo buscan,
de lejos, su abuela enciende velas a su nombre.
Y la muerte llega
como un milagro de luz
a sus ojos desamparados.
Un hombre enmudecido
llora en mis adentros
sus lamentos son todo un pueblo
que como lloviznas me habita.
Escucho
las persecuciones
sus miedos,
los pasos de los desterrados,
el incesante clamor de los desaparecidos…
Se angustian,
corren,
escriben en los muros
y puede leerse en sus ojos:
“libertad y sosiego”
luego,
no sé qué pasa
sus ecos se esfuman
como si alguien apagara sus voces…
Los entierro en mi memoria.
Vuelvo a mis afanes con la vida
sufro de la misma enfermedad del mundo,
el olvido.
Un hombre escribe sobre muchachas pueblerinas
en noches mustias
les inventa diálogos secretos.
Las mira a todas horas en su cuaderno de apuntes
les dibuja el sosiego y juega con ellas
por entre los cultivos de su memoria.
¡Vieran la alegría de este hombre
cuando les peina los largos cabellos!
En las horas del insomnio
ellas lo acarician,
devolviéndole la vida
enseñándole el camino hacia los sueños.
Hermosas las muchachas
―raíces de la tierra―
del hombre que vive en las montañas
y que germinan como cosecha de ángeles.
Nadie puede lanzarles
ni la primera ni la última piedra;
solo ellos,
los ausentes compañeros
saben que hablo
en el idioma de los pájaros.
Siguen juntos
pero ninguno ha regresado
desde que se fue,
perdidos se siguen encontrando
en los libros que comparten,
en la cama que ya no les pertenece.
Se anochecen,
se suceden,
se escriben sin correspondencia.
Lo único que los junta
es el tiempo en que fueron otros
y el plazo aplazable
de las esperanzas muertas.
Ambos fueron delirio
aves en contracorriente
voces de su propio sueño,
fueron
condenas dulces
y,
piel sobre papel.
Nadie puede
lanzarles la primera piedra
ni la última,
porque la edificación de su amor
siempre estuvo en el aire.
¡Cuántas cenizas de rostros!
En las ruinas todo es más triste,
hasta el silencio.
En el desierto de lo que fue una hoguera
se recuerda mejor:
pasan nítidos los instantes,
revelaciones
de cuando fuimos otros.
El viento toca
los pies descalzos y pequeños
de la guerra,
los pies del abandono y
la tragedia.
Una mirada y otra,
y otra más,
los ojos preguntan
los cadáveres responden.
Las mujeres y sus cantos.
Las mujeres y su angustia.
¡Cuántas cenizas de los sueños!
Y el corazón como siempre
inocente
como un niño perdido
en la noche.