11-08-18.
Y era la casa de la muerte entre las rejas negras y la herrumbre de las paredes como un zarpazo de uñas combas y negras.
Y era la muerte esperando en la mitad del trayecto como una boca desdentada y purulenta.
Y era la muerte que cada tarde nos aguardaba con su frío de escupitajos, azotes y sepulcros.
Y era la parca con su guadaña de nieblas entre baba y lodo, entre gusanos y larvas, entre vómitos y cofres, entre crespones y coronas.
Era la muerte con su rancio olor a flores marchitas y su tristeza de velorio fúnebre.
Y era la muerte con su figura de vieja decrépita, de negra escoba, eructos del infierno, reflectores de sombra.
Era la muerte con sus acuosidades verdes, sus substancias pútridas y penetrantes, su cuerno de inmundicias, sus mucosidades en horrible flujo.
Era la muerte en su casona de Villa Mitre con crematorios y piras, con momias y faraones, con recintos especiales para evitar la putrefacción de los cuerpos.
Era ella milenaria con su despeinada testa de Gorgona al acecho, como un seol abierto, con sus cancerberos arrutados y el caronte con su barcaza de tablas podridas con más formas que las de proteo.
Era la muerte escarbando inmundicias, onanista de la vida, auscultando tinieblas y vísceras, mutando lepras en su cara, con un carbunclo debajo de cada brazo, con hedor en los alvéolos y escamas en los talones. Con sus pústulas ardientes y sus apostemas a punto de reventar como un botón de mala vida.
Y eran nuestros pasos de estudiantes resonando en las aceras de la casa de la muerte donde a veces como una flor de luto nos regalaba su presencia tan vieja y repetida como la historia del hombre sobre la faz de la tierra.
Era la muerte compañera, negro crespón, alternativa de la vida, infinito que vuelve al infinito, terrón que vuelve al terrón, alquimista del destino, sustracción implacable, luna menguante, ataúd de huesos, osarios cenicientos, uñas y cabellos creciendo en la nada.
Era la muerte oronda con forma de mujer tocando su Orfeo lúgubre, rasguñando los cajones, pateando cuernos, profanando cenotafios, habitando nichos ocupados y fosas comunes repletas de cadáveres.
Era la muerte, Pierino, que nos aguardaba cada día con su cuerno roto de cascajos y penumbras.