Di mi nombre una vez
llévame, breve,
entre la seda
o la espiral hirviente.
Recorre conmigo el laberinto
para no llegar
o para fugarnos en la ceguera.
Aunque el año que nos sigue
esté tan lejos.
Deja resbalar la tristeza
mientras duermo
dócil.
Despojo anciano,
sepulcro de la culpa.
Deslízate en la cavidad de los lamentos.
Allí me encuentro.
Detenida. Pálida.
En invierno.
Toma el corcel
y busca mi disfraz.
Es preciso que te espere.
Suave, en harapos.
Al margen del poniente.
Agrega un redoble o esta noche:
La cumbre de mi sueño está nevada.
Ligera, feliz.
“Tu me quisiste cuando niño y eso quiere decir para siempre”.
(Raúl Gómez Jattin)
Mi fuerte e inamovible dama blanca,
¿Cómo puede tu cuerpo soportar
el peso de tu carga?
Imposible evitar la expansión de la rabia.
Ese líquido viscoso que llueve el espacio
entre uno y otro hueso.
Mi grande y alta dama blanca,
¿Cómo puede tu espíritu
encontrar el alma de una noche clara?
Imposible tender una limpia sábana
sobre la cama y su fantasma.
Mi hermosa y distante dama blanca,
¿Cómo sacar de tus entrañas la memoria?
Mi dulce y triste dama blanca,
he rehusado pertenecer a la
fría luz de una mañana sacrificada.
¿Cómo puedes pedirme que agote en un día
la miel con la que siempre
pinto mis labios?
No tengo la intención del desafío,
ni la premura por un juego de palabras.
No poseo el concreto de la línea en el poema,
ni la lucidez de cifras en la aurora.
No merezco un nombre que autorice
la búsqueda universal en primavera,
ni la mentirosa voz en la puerta de mi fuego.
No entiendo el coro de ángeles testigos
en una caída de noches anunciadas,
ni los demenciales silencios
dando el sí en mi costado.
No puedo construir la imagen
a partir del vacío con cerrojo,
ni aplaudir al inventor de la acrobacia
que finge ser bandera.
Para escribir y amar sólo mis manos.
Luego del lamento,
luego de la estrechez en muchos cuartos.
Aun después del ahogo en una cama,
aun después de los silencios.
Más allá de la agonía y las deudas del amor,
más allá de la frontera entre los labios.
Tarde y noche.
El feliz jinete se despide.
Ahora, en el futuro,
desprendido de la tierra,
retoma la inocencia.
Ese niño recorre los parques,
en busca del trébol de cuatro hojas.
El viento silba su nombre.
Y no es de noche.
Sólo es un día que sigue al otro.
Y está de vuelta.
No es esta la calle.
No es esta la casa.
La puerta no abre con la misma llave.
Sin embargo, es el mismo paisaje que se mueve,
el otro país,
la otra ciudad,
los de siempre.
Y un cuerpo extraño al lecho,
y una cabeza en medio del bautizo
y ese silencio que se lleva el río.
A Clara Inés Güiza
Intento vestir tu delgada figura
para caminar las hirvientes calles,
que tatuaron el mapa de tus pies.
Y alcanza la vista para divisar el río,
las pequeñas casas de esta orilla
y el vaho de la muerte en los espejos.
Ya no es,
de este lado,
como lo conociste.
Miles de lenguas
se han lamido el puerto.
De las alianzas entre hombre y madera,
sólo quedan crucifijos en el pecho.
Mañana visitaré la ciénaga.
Puede ser que allí te encuentre,
sembrando tu humedad,
en tierra color bermejo.
Con los mismos ojos tristes de la niña
que dejó puesta su mesa
para escaparse con el tiempo.