Estarás lejos
cuando en las tardes el aguacero de siempre
esconda golondrinas y gusanos.
Sabrás al fin que olvidar es sólo
esquivar entre las calles
fantasmas
que la luz de los faroles imagina.
Descubrir entre las ramas de los árboles
la sombra de los soles
los dedos que se enredan en la llama de la vela
y se hunden en su savia.
Tiempo que transcurre ciego
sobre la mano que traza su corteza;
desnudez de la madera que espera en la penumbra
un milagro
que se hunda en su tronco
y dibuje algún signo
revelando al fin
los oscuros ministerios
que los emisarios de la noche hacen arder.
En las hojas de los árboles
se agitan los días
como un calendario de ceniza
lentos
bajo el letargo de las nubes
cargadas de marismas.
La luz del cuerpo se sacude y se deja someter:
sombra del deseo.
Así mi cuerpo sus grietas sus fantasmas
atentos al milagro de tu voz que grabe al fin
con sangre o con saliva
el signo
la llaga o el olvido.
I
Asomarse al otro lado
al de la sombra en los ojos
anclados al círculo de piedra
templo
deseo en donde las estrellas son puntos cardinales
cuyo centro es también un grito despeñado.
II
El silencio
también es otro templo
de polvo y de pavor
cuya raíz nace entre las aguas.
Vendrán los vientos otra vez
en la mirada de las aves
se puede presentir su combustión.
III
Templo
el deseo tiembla sordo en la pupila;
vuelo despavorido de las aves
cuando ya nueva la mirada
revela el espiral:
camino hacia el claro en algún bosque;
todo es ramas
murmullo
que arrastra el agua de la tarde,
al final,
solo sombra
purificación de otro deseo más humano
el de la luz
minutos después de perderse para siempre
bajo el agua
ribera abajo por los meandros de la noche.
IV
Mi cuerpo cruza
a través de las hogueras de los templos
y se contempla a sí mismo
boca arriba
hacia la redondez de la luna que pasa
como una semilla enorme en medio de la noche
llena de canciones que salen de mi boca como piedras;
allí también morarán las aves
que vienen desde el mar a hacer sus nidos.
V
Todo el deseo de saberme
del amor
del olvido
me redime y me recoge
vientre en donde nace este corazón que pesa
isla y entraña de la noche
oscuridad de tu mano
donde crece el mar.
Ruido
no silencio henchido de torpeza
vacío de secretos;
no el silencio que pretende inteligencia
sí la imagen que se deja caer sobre sí misma
y revienta fractal hasta el último laberinto de deseo;
ruido que me invade
ruido que me anuncia
que en el centro de la tarde
siempre arde un volcán que hemos olvidado.
No el silencio
su deseo perdido
sí el estrépito
como trueno que rebota al interior de las campanas
eco entre eco.
Sí el movimiento de la sangre que se abandona
al estremecimiento de la carne
tajo que revela el hueso de la espina
voces que el corazón espera
en mitad de las hogueras que crepitan y alejan el amor.
Yo guardo secretos, madre,
que me matan
esta fugacidad
es una manera de nombrarlos:
tanto deseo de todo
y la nada ya tan dentro.
Miro la sombra de reojo tercamente entiendo su anatomía de fuego ausente ya miro la sombra y en ella el resplandor de todo lo olvidado es decir ensombrecido apenas.
Yo traduzco a medias su intención su huir entre sol y sol lejos de la noche abierta. Solo su temblor cuando es atravesada por la brisa por la mano por la espera hace brillar otra vez mis ojos. Sé que todo lo que ya no es en ella arde y como un germen crece y más viva e insistente se hace.
Yo la siento de noche respirar quejarse sacudirse reírse de mí y la siento dentro de mí otras veces ya no afuera en la mañana cuando todo tiembla y mi triste aliento la materializa y nos vemos a los ojos otra vez como vaciándonos reconociéndonos perdonándonos.