A Gustavo Adolfo Garcés
A la entrada de un modesto centro comercial
situado en una transitada avenida
donde llega ya un tanto lejano el ruido
del tráfico, se encuentra una extraña estructura
de madera. Mide uno cincuenta de alto
por un treinta de largo por uno veintidós
de ancho, aproximadamente.
Podría ser el puesto ambulante de una relojería,
un sitio de apuestas clandestinas, la jaula de una pareja
de tucanes, o la caja de un mago que muy pronto,
bajo la descolorida carpa de un circo, la atravesará
en diagonal con un par de espadas, sin dejar ningún rastro
de sangre. Pero se trata de otra cosa.
Si se mira detenidamente se podrá observar
que sus cinco lados disponibles están ocupados
por libros, uno al lado y encima uno del otro,
incrustados como moluscos en la quilla
de un barco, lo que hace indispensable la intervención
de su propietario.
El vigilante nocturno, ignorando que allí se oculta
una síntesis de casi todos los siglos y casi todos los géneros,
sin salir de su asombro ilumina con su linterna
una y otra vez las palabras escritas en una de sus tablas
y repite en voz alta, como si no se lo creyera,
como si se tratara de una broma, el nombre
de esta extraña estructura de madera
que se encuentra a la entrada de un modesto
centro comercial.
A Fabio Morábito
Si quieres hacer tuya cualquier esquina
acerca a la ventana más próxima un asiento
para detener el desorden de las horas.
Si ya escogiste ese preciso lugar de la casa
donde habitas, entonces enciende una vieja lámpara
que ilumine el perímetro de tu nuevo territorio.
De esa manera no será necesario que disimules
tu condición errante cambiando los muebles de sitio
o llenando las mesas con fotos familiares.
Pronto descubrirás la necesidad de estar allí,
inmóvil, rodeado de fugacidad y permanencia
en tu península con su faro solitario.
Sea cual sea el lugar donde te encuentres
sabrás que cada noche tienes una cita
en ese reducido espacio que amplía sus fronteras.
No habrá palacio que lo iguale
ni monumento de mármol que lo imite:
este será tu palacio y tu monumento.
Pasarás las semanas sucesivas sabiendo
que ya cuentas para el resto de tu vida
con un lugar que solo a ti te pertenece.
Basta elegir una esquina cualquiera, una mínima
ventana, un asiento y una vieja lámpara
para que viajes por el mundo y puedas repetir
tu ritual nocturno en tu templo portátil
acompañado por tus dioses domésticos. Así nunca
te sentirás extraño en ninguna parte de la tierra.
Ya nadie observa las nubes en la noche
que van en silencio como islas desterradas,
como recuerdos errantes que nadie quiere,
en el más puro abandono del aire.
Nubes en la noche,
amores que nunca fueron, amuletos que perdieron
su poder, departamento de objetos perdidos
que ya nadie reclama. Sin embargo
esas nubes indefensas, inofensivas
son tiempo, señal de que la tierra gira
y pasa levemente por encima, en lo más oscuro
del cielo, vestido con nuestras camisas blancas.
Nubes en la noche, trabajos perdidos del día,
sonámbulos segundos robados
con suma delicadeza a todo cuanto vive,
sutiles emisarios de la muerte.
Somos tiempo y estas nubes blancas.
A Alvaro Castillo
Esta mañana me llamaron para avisarme
que estaban a la venta un buen número de libros
pertenecientes a la biblioteca de un joven
fallecido hace más de ocho años.
Revisando las columnas en las que estaban
dispuestos, con asombro y cierto pavor descubrí
que la mayoría de esos cientos de ejemplares
eran semejantes a tantos de los míos.
-De qué te extrañas, me dijo el librero
como si me leyera la mente, si al fin y al cabo
ustedes pertenecieron a la misma generación-.
Pero no era comprobar la similitud de gustos
o ediciones o preferencias comunes lo que más me perturbaba
en ese momento, ni tampoco el tiempo verbal
tan involuntariamente hostil
empleado por el librero, era más bien
la inquietante sensación de saber
que basta un mínimo descuido para que el tiempo
disperse todo lo que la soledad y el amor han reunido,
era la desoladora sensación de saber
que el tiempo no perdona lo que la vida ordena,
era, también, sobre todo, la culpable sensación de saber
que mi codicia colaboraba con la extinción
de su memoria.
Salí de allí con apenas un par de libros
firmados con su nombre –Aurelio, Bogotá
1983- llevando entre las manos el más claro anuncio
de mi muerte anticipada.
Escucha viajero cómo resuena
la noche en la oculta ciudad
de Orchha. Las cigarras y los jazmines
giran en el aire igual que los tambores
veloces y las ligeras voces lejanas.
Ya cuentas con los dedos de las manos
las horas que te quedan en la India
y después de todo lo que has visto
y que jamás podrás enumerar
sin que te falte la respiración,
sólo te resta detenerte un momento
para empezar a agradecerle a esta tierra
todo lo que te ha ofrecido en abundancia.
Agradécele entonces,
si puedes con hermosas palabras, el tácito fulgor
de su luna y sus diamantes en el agua, su generosidad
por haberte permitido ver tantos templos,
tantas águilas tenues sobrevolando las cúpulas
de los palacios, el firme terracota de sus fuertes
y la frescura de los mármoles blancos
para el pie descalzo del peregrino.
El viajero que se ha detenido en la oculta ciudad
de Orchha debe escribir un poema
en el aire por todo lo cumplido,
porque le ha llegado el momento de cerrar los ojos
y soñar hacia adentro donde en un pozo profundo
irán cayendo como monedas de plata
esa multitud de imágenes que más tarde serán
la imagen imborrable de su propia vida,
el dibujo certero que ya nadie
podrá quitarle, por más que la muerte
o el olvido se la quiera arrebatar.
Antes de que empieces a saber
que todo viaje es una suma de asombros
y renuncias que van dejando su ceniza en los dedos
y un polvo dorado en la memoria,
escucha detrás de las celosías
a las cigarras susurrar entre jazmines.
Entonces
vacía tus bolsillos en las estrechas calles
de Orchha en esta, tu última noche
en la India, y baja al amanecer hasta la orilla
del río Betwa y despídete de los palacios
que apenas surgen en la niebla como envueltos
por el vaho de un dios,
con sus chattris en lo alto que parecen campanas
que pronto resonarán con el primer rayo de luz.
Los pasos que de ahora en adelante
des por el mundo llevarán a donde vayas
este encantamiento, porque quien una vez ha sido
deslumbrado por la belleza será para siempre
el más fiel y devoto de sus emisarios.