06-12-2017
Todas las voces están huérfanas de sí,
y en esa orfandad se asisten, se acompañan.
Ahí está el misterio. El que no podemos tocar,
para el que no existen las manos.
Las manos.
esa región desconocida que nos acerca y nos aleja al mismo tiempo.
Me pierdo en la penumbra de lo que quisiera gritar y no puede.
El deseo es lo que nos rescata del abismo,
pero también se yergue lo que no admite consuelo.
Palabras como pájaros en la soledad del aire.
06-12-2017.
Cuando la noche se inclina y parece que pronuncia tu nombre, hundes tus manos en la oscuridad y buscas a tientas el cuerpo inabarcable de tu memoria.
Ese pálpito en la punta de los dedos, la densa respiración de todo cuanto existe, te obliga a permanecer en la sombra.
Ninguna imagen tiembla en el espejo. Ninguna superficie se apiada de ti.
Todo está vuelto sobre sí mismo y nada consigue reflejarte. Una pausa, y el tiempo detenido cae sobre tu silencio.
Cuántas palabras a punto de oscurecerse bajo tu lengua. Cuánto deseo en los ojos que se abren por última vez.
Apártate un poco y comprende que nada podría ser el inicio ni el centro
en este cuarto cerrado. Que todo será dicho de golpe en medio de la sombra
y muy lentamente.
06-12-2017.
Abro la noche para recibirte. En cada palabra
mis manos inician un largo recorrido hacia la sombra,
hacia lo que no es posible abarcar. Y sin embargo,
helo ahí como si quisiera traernos un pedazo de nosotros mismos,
un fragmento de luz, una sílaba cerrada en su misterio.
Nombrarte es el comienzo del exilio. Y permanecer en ti
una constante despedida. Ofrezco mis ojos a lo que se diluye bajo tu lámpara.
A la eternidad que se desteje minuto a minuto para que yo pueda entrar en ella.
Sin cortejos. Sin una guía para mis pasos.
Escribo en el polvo este no saber hacia dónde,
a qué distancia se oculta la rosa.
Nuestro diálogo es el inicio del viaje, su silencio el camino de retorno.
Es necesario permanecer a la intemperie.
06-12-2017.
Nos han dejado verdaderamente solos en medio del agua,
de su noche grave y espesa.
No en la superficie,
no en el fondo,
entre los pliegues.
Y allí soñamos las formas,
peces que se devoran entre sí,
sustancias y sales y fuego
en su primera altura.
Pero hay un arriba y un abajo, decimos,
y somos parte del secreto.
Lo que nos mantiene es no saberlo con certeza,
intuir que somos las columnas y el corazón único
de ambos reinos.