A Lina Márcel
Vida, no olvides
que la ardilla
eres tú.
Yo apenas soy la rama.
Las ramas
por donde tu corazón
trepa.
La Luna y el Sol
en su vejez
se secretean al reírse
de nuestras acrobacias.
Yo quisiera alcanzar
el suelo con los pies
pero tu amor me sostiene
en la rama de esta gloria.
Tú, en la sábana que arropa mi espalda en la madrugada que termina. Tú, en la espuma de afeitar que cubre mi faz en la mañana que empieza. Tú, en el olor que me atrae del mantel de la mesa en el desayuno que se avecina. Tú, en la vigilia que aleja mi sueño en la noche próxima. Tú, así de esta manera y de la otra, implicada en mí, en mi ser. Tú y tus bucles y tu voz y la seda de tus manos en mi pecho donde se apunta el primer botón de mi camisa. Tú, en todas las postales que se me avienen de tu imagen de mujer terrestre. Cuando te veo semidormida a mi lado, cuando te desgarras de tu pelo las gotas de agua…Tú, cuando te empinas para besarme y soy yo quien me alimento de tu saliva. Tú, cuando bailas una salsa de copiloto en el auto. Implicada, no lo desestimes. Completa e íntegra. Implicada en la suerte de mi piel, que ahora palpita con este regalo con que Dios –se lamenta ahora– me ha premiado. Tú, implicada en mí, en mi ser.
Si los dos fuéramos trapecistas
y trabajáramos en el circo…
¿Qué olor tendría nuestra cama ahora?
Con qué sudor en las axilas nos acostaríamos.
Qué tanto te celaría
por tu roce con las cuerdas de acero.
Qué sufrimiento compartiríamos
en la languidez del elefante
sin su ración en las tardes
de un pálido invierno.
Qué aplauso coqueto no dejaría llegar
a tus oídos de rosa.
Y qué cara pondría yo
al recibirte en mis brazos
después del salto mortal.
Hay un retazo de cielo en mí
completamente abierto.
Marcado a ratos
de alegres estelas.
Tiene en su seno la gracia de la música
y se llega a este cielo con los pies descalzos
después de abluciones con hojas de sándalo.
Guarda este cielo
lo que guarda el jardín de las hortensias:
Una flor en pétalos, tejida a pulso de naturaleza.
Se entra en su dimensión
con la desnudez de un niño
que despierta al mundo.
Tal vez mi carta de vida
me ha dispuesto a disfrutarlo
en intervalos de suerte.
En la suerte grata que destella
la luz de sus contornos.
En este cielo no amanece ni anochece.
Tiene para mí la eternidad del paraíso.
No quería escribirte
para eludir
que te vinieras papel en mano
contra mí.
No quería escribirte.
Te veía
en ese altar mayor
que te han endilgado.
Presentía
que me ocultarías las palabras
en el huerto
de tus secretos.
No quería escribirte
soñando a ratos
con la alondra de tu vuelo.
Sintiendo a duras
en el asfalto
los prejuicios del añejo centralismo.
No quería escribirte
a sabiendas
de que me tildarían
de provinciano
en ese antaño bar, El Automático.
No quería escribirte
a pleno sol
en las tardes de mar de mi Caribe.
Ahora
pluma en mano
veo que te resistes
en escamoteos
con una fingida sonrisa
como novia que coquetea a dos amores.
Importa que
desde tu piel
me palpiten
los secretos de tu corazón.