Tan lejos para decir y tan cerca para el mar,
para volver a amar el cuerpo nocturno
que la luz ahoga.
Los dioses continúan derribados en la arena,
sus ojos calcinados, sus bocas que en otros veranos
pronunciaron palabras de amor hoy las inmolan,
sus oídos niegan la marea.
Yo vuelvo a cabalgar la ciudad, su lomo que suda
y refriego mis amanecidos ojos,
porque leve y testarudo es el son
y sordos están
los que no escuchan.
Gota a gota los cununos apremian,
caen a la penumbra que los devora
con su desnudez de diosa.
Afuera los jardines se pueblan de insectos
mientras duermevela el mundo.
Yo soy la mirada mestiza que cae
y cae la saliva
y el cuerpo en un sólo arará
anochece.
¿Dónde suenan los tambores y en qué sitio?
Vienen desde adentro los cascos sonoros
y en estampida alcanzan lejanía.
Las palabras trazan viejas carabelas
y ojos que la piel del mapalé
escuece:
dioses,
retazos,
goces.
Soy el detritus de la memoria
arrojado en la arena.
Al otro lado del océano duerme el sonero
mecido por un espejo de agua coralina,
aquí, en esta orilla, la noche escribe
y delira,
bebe la afrenta,
prepara la estampida.
Una sombra íngrima espera el sol
que la mañana anhela,
(adelgazada resiste a contraluz)
bien sabe que los despiertos imaginan escenarios
con potros salvajes
y sones suicidas.
Yo soy la otra orilla en este pausado
y generoso mundo
(pocas veces o casi sueño),
nunca nuestro.
La sangre yace contenida en los días estivales,
de repente llueve como una bendición
sobre la tierra (efímeras son las sensaciones,
inmortales los relatos).
El corazón resiste porque el porvenir redobla
sin saber dónde
ni la hora en que llama,
ni quién con tanta maestría
lo ejecuta.
Percusionista del silencio; eso, no otra cosa
quiero ser.
Vienen desde lejos los caballos de la noche:
relámpagos en el espejo de sus ojos,
crines goteando en las vasijas del silencio.
Inmemorial la ciudad corta la percusión
en múltiples galopes.
Soy el caballo manchado de sueño que ansía
el chasquido de la playa, el aliento sincopado
que canta clandestino entre las olas.
07-05-18.
Subes quinde, subes, por las columnas de cal y las enredaderas; robas el fuego que todo color contiene y te precipitas hacia un jazmín donde demoras.
No sospechas que una aterida amapola desde la sombra te descifra.
Tu pico hecho de cuerno de luna menguante carga la tradición de una infancia que es sol a mediodía, murga de carnaval destazando el frío de la noche, por eso te lluspes y juegas a las escondidas en los antiguos patios del Gólgota, por eso dibujas en el girasol la sensualidad de sus estambres.
07-05-18.
Quinti solitario en el capulí, diosito entretenido en la flor linda del patio, guerrero de la mañana en las frondas imaginarias de la morada, taita del fuego que atas el Arrayán al cielo.
Desde la inscripción antigua que esculpió tu cuerpo en piedra, sostienes una lucha despiadada por estacionar la duda, por encontrar la frontera del gran impulso, el origen de la wachi que retorna, una y otra vez, a la herida del mundo.
El jardín cultivado por la madre está empapado de arco iris y de secretos aromas que esperan tu erecta lejanía; de repente tiñes la cinematografía de la infancia, picaflor que acaricias las creencias mortales que te miran.
Mensajero de lo inmemorial fecundas los geranios, las hortensias, los jazmines; tejes la eternidad en la retina.