Como ecos esclavizadores
me es declarada su voz,
por un mensaje sin texto
nunca definido ni tangible, nunca deseo ni ser.
A través de las cabezas de arena
me llega aquel sonido de roca y sal,
que dice todo lo que sabe
y todo lo que conoce.
Observo cómo eternizas
el tiempo con tus juegos adorables,
cómo imitas todo lo que te digo
e intuyes todo lo que pienso.
A través de tu cabeza veo el espejo del mar
en cuyo reflejo me baño,
paseo bajo el sol que atraviesa los pinos
me detengo en el sitio sin aire, refugio de Apolo.
Yo tenía su risa, la que a ella le faltaba
ella tenía mi imagen, la que yo perdí,
quizás prefieras hacerte invisible
también ante mí.
Yo me desprendo de formalismos
adquiriendo todas mis imperfecciones,
tengo tu tristeza, pero no tu culpa
te llevo lejos, pero siempre te quedas cerca.
El muro impasible oculta a los gigantes
y sin ellos el bosque da cobijo a los dioses,
y el mar a los gigantes
desde fuera los primeros les contruyeron muros.
Primero oscurecieron la realidad
para finalmente tapar el sol,
bajo la sombra se burla el gusano
el único que sabe donde ir y de quien huír.
Desaparece de la luz para ser invisible
sabe perfectamente como pasar inadvertido,
capaz de traspasar el muro desnudo
bebe la humedad de la piedra.
En la noche, quizás sólo la luciérnaga
describa su esencia,
mientras las piedras que soportan nuestro peso sedimentan nuestra alma en los seres invisibles.
Permanecemos inmóviles encima de ellas esperando que alguien hable,
anhelando el rumor de los torrentes
y la mirada de los paisajes.
Respiramos de golpe y ensombrecidos por la luz, escudriñamos el suelo,
me llega su rumor por presagios perturbadores contra las cabezas de acero.
Yo tenía un hijo que era un gigante
un hijo que traía otro hijo,
con todo el oxígeno que necesitábamos
para bajar a las catacumbas.
Siempre quedaba una cara libre para ti
sin enigmas ni prisiones,
con besos y caricias
suaves, como atardeceres de sol.
Si viniese veloz lo recibiríamos veloces
como se recibe,
a quien no vemos
desde hace algún tiempo.
Porque la divinidad reside en nuestro anhelo
sé cómo quien viene a nosotros queda feliz,
como si hubiera estado siempre aquí
dejando de ser dioses, para poder existir.
Nos piden que seamos suyos
nuestras lágrimas inundan los canales,
mientras se retuercen sus almas
sobre nuestras cabezas.
Mientras aún son dioses
carecen de enigmas,
permanecen divinos
siguen caminando sobre el agua.
Roto el hilo que separa la realidad
de la realidad que alimenta lo mágico,
lo mágico se convierte en real
traspasando el tiempo.
Igualando el espacio
con el cosmos,
haciendo inalterable el tiempo
que aunque tapiado
permanece incólume.
Tras la pared
que habita el duende,
hiberna silencioso
fecundando su futuro.
Dentro del muro los ve pasar
son plancha de hielo,
van y vienen como locos
cuando nadie ama a nadie.
Sin rosas ni claveles
no hay nada que huela o respire,
son inanimadas piedras
ojos sin luz.
Y aunque no siempre estuve encarcelado
jamás fui libre,
y en los breves momentos de libertad que tuve
viajé al futuro sin ideas
para retornar al pasado sin luz.
Me pierdo por las montañas
que atraviesan los corazones,
te rescato desnuda y te resguardo del frío
invernará tu ser bajo la nieve resplandeciente.
Mientras el gigante era gusano
ella prefirió ser madre de dioses,
el gigante tenía un paraíso, para el que era gigante entre las nubes, con sus dos cabezas.
Allí la tragedia del enigma no existe
el gigante coloca las plumas sobre la cabeza, enfrente del edificio
delante de ti.
Siempre llevaba puestas las plumas
incluso cuando se las quitaba,
para elevarte
sobre su cabeza.
Yo vi las anémonas adornar tus ojos incandescentes las vi cómo se sumergían en mares incesantes, cuando las veía era gigante, cuando no gusano
en el que me metamorfoseaba para no padecer.
Yo vi al niño llegar nuevamente, dormir en su cuna sucesiva, dejar su cabeza sobre mi hombro,
como quien deja su alma sobre el suelo,
reposar embriagado de vida, siendo todo lo que quería ser, amando todo lo que quería amar.