Buscando un tesoro
he tocado fondo
y el pecio no estaba.
Solo y desolado
me volví a la playa
a buscar mis huellas:
¡Se las llevó el agua!
Imposible volver,
ni siquiera a tus besos, siempre otros,
ni a tu cuerpo, siempre otro también.
Empujado, llevado en volandas:
imposible estar.
Me encabalgo en un verso
y ya no puedo regresar al dolor
que lo empujó para siempre a nacer.
Ni la piedra, pretendidamente inmóvil,
es la misma: un cierto brillo,
una sombra, la luz…
Ni las manos, inútiles manos,
atrapan este instante y voy de paso,
siempre, en este imposible de nombrar
que ya es otro, eternamente otro…
¿Vértigo, tal vez?…
La memoria atrapa mariposas
con alfileres de cristal
que ni siquiera así se estarán quietas.
Miraba yo de la orilla
cómo el agua entre las piedras
se marcha como la vida.
A la orilla del barranco
miraba yo cómo el agua
las piedras va moldeando.
Y cómo, a la piedra dura,
vencen caricias del agua:
¡El poder de la ternura!
Para mi oído toda la música del mar.
Centellean las sebas al sol,
negro y plata sobre azul.
Marinos impasibles que la arena esculpió,
colillas apagadas en balcones
taciturnos.
María, Carmen, Aurora…
Como libros abiertos al sol,
como manos recogiendo el rocío,
las barcas…
Un olor seminal en la espuma
y un festín de gaviotas celebran
la preñez de las redes.
Vocifera la caracola
por la muda agonía del pescado.
Sobre la parda arpillera empapada,
el sol llena las cestas de plata.
Bajo el peso de la duela resopla
el barquero… ¡Pescado fresco!
En la balanza, una piedra indiferente
golpea de asombro los ojos de un niño:
dos platillos pesando la muerte
con las risas de las comadres...
El hombre lleva tallado el mar
en la sal de su frente.
Mientras se aleja, un lamento espiral reverbera en el aire.
Quiero saber de esta ceguera mía.
Y estás ahí latiendo, corazón,
azul y verde en tus orillas frías,
oscura y abisal, ¡oh, mar profunda!,
habitada de espectros silenciosos,
de frágiles criaturas que me hablan de táctiles visiones,
de elocuentes caricias en la noche de tus aguas.
Amada mar, mar mía, mar temida,
como mujer salada y espumosa,
de onduladas caderas que emborrachan.
Quiero saber de esta ceguera mía,
¡amada mar que en mi interior resuenas!
¡Amor a mares, desvarío!
Como lágrima salada y sola,
como sal de tu entraña,
me diluyo y en la tierna fortaleza de tus olas,
¡mi corazón latiendo con el tuyo!