28-05- 2016.
Allá tú que estás tranquilo con tu afán de bestia.
Que te conmueves de ternura al conocerte
como bípedo implume de uñas amplias.
Tú que gozas cada paso
sin apercibirte que son pasos a la muerte.
Y que sonriendo bajo el fardo de tristezas
le apresuras con tu pala a tu sepulcro
(raro animal —la burla de su espejo—
que haces brotar la compasión).
Y sin embargo estás solo.
Nadie se detiene por saber tu nombre
ni por saber qué día es éste que vivimos.
Pero la guerra sí.
La guerra sí motiva la carne flagelada:
cada cual con su cara de creyente
se va —puñal enhiesto—
a tocar el corazón de sus hermanos.
Y el día es una noche luminosa:
la ceguera de cualquier modo continúa.
No porque tus ojos no miren hacia arriba,
ántropon inaudito.
Ni porque tus sonrisas no aplaquen a las fieras.
Sino porque no supiste ser buen juez
en los condados de tu destino.
Y tal vez por eso camino estimando tu rostro:
yo también tengo el alma con ansia de seguir:
y quiero perseguir, como tú
aquella loca luz inalcanzable,
aquella desbocada sensación.
Y que griten su luz las telegráficas estrellas.
En fin, que griten todos.
No ha de ceder un paso este sonido terco
de nuestros pasos.
Por ahí no, quizá, tal vez, pero no importa.
Cada minuto puede ser el último minuto.
Por eso hay que sentir que esto es redondo
(amor, planeta o lo que sea).
Sentir que es firme hasta el último abandono.
Y que si alguien, oye tú, busca la muerte
o te esquiva al pasar,
que no diga que vives hecho bromas o satélites.
Bien sabes que no recibiste los treinta denarios por seguir.
Tú sólo tuviste el óbolo preciso
que se requiere al embarcar postrero en el crepúsculo.
Así que no creas a quien te nombre salvaje,
aunque lo seas.
Porque tu corazón marca el transcurso a campanadas
y se aferra a la luz hasta cegarse.
Ya es tiempo que se sepa que no más.
Cada cual su camino; y si es el mismo,
aquí está mi brazo para salvar un poco de futuro,
aquí mi canto para hacer brevedad en los caminos.
Pues ¿qué sol es aquel que se mira en pleno cielo?
¿No es acaso el que vimos ayer?
¿O es un aviso que todo termina en el fuego?
En el fuego como las cartas sigilosas del amante
y como la carne de la amante;
incineradas todas las cosas y todos los viaductos;
y las cunas de los recién nacidos
también incineradas.
Acaso aquel sol amarillo hasta las heces
fue un planeta habitable donde creció la flor del odio.
En fin, tú ve adelante a buscar tus recuerdos:
el pasado nos espera en una orilla del aire,
impaciente en sus fauces fabulosas.
Y si alguien te señala con dedos escépticos,
arrójale a la cara los reclamos del viento.
Y nadie se llame a engaño entonces
cuando el reloj no tenga más horas por marcar,
cuando enmudezca el caracol y el agua.
No diga nadie te lo dije.
Pero nadie calle tampoco.
Hagamos con nuestras bocas todas
un latido continuo que inunde los días:
imitemos a la sístole y la diástole
(ese tambor que olvidamos de tanto presentirlo).
Hagamos con nuestras voces todas un solo corazón
y a ver si así la rueda vuelve por sus fueros
y el tiempo continúa.
Porque todos sabemos que no hay nada más alto
que un puño de gente enlazando su canto.
Y así que atruene el aire y se desgaje.
Y de su rompimiento
venga otra vez el primer movimiento.