QUÉ LEER
“La sociedad del desconocimiento”, editorial Galaxia Gutenberg, de Daniel Innerarity. El autor de varios ensayos sobre temas como el orden global y la gobernanza democrática trata en este libro la cuestión de la necesaria desconfianza ante la avalancha desinformativa en un contexto saturado de información.
PREGUNTAS AL FILÓSOFO DANIEL INNERARITY
Sócrates dijo aquello de ‘Solo sé que no sé nada’. ¿Ahora ya no sabemos ni eso?
Él lo dijo por virtud, nosotros por necesidad. Lo que para Sócrates era un acto de humildad, en nosotros es una estrategia cognitiva.
Ante un caudal de información casi inagotable, ¿qué herramientas pueden ayudar a discernir lo verdadero de lo falso?
La racionalidad hoy es cavilación, demora, resistencia frente a los automatismos, desconfianza frente a lo demasiado ostentoso, protección frente al ruido, aplazamiento de las respuestas.
¿Qué lecciones nos enseñan los negacionistas, terraplanistas y demás enemigos de la ciencia?
Lecciones, ninguna, pero constituyen un desafío para volver a calibrar nuestro concepto de racionalidad.
¿Qué tres atributos definen al buen pensador?
La filosofía responde al deseo de explicarlo todo y exige aceptar el fracaso cada vez que lo intentamos. Por eso, respondería con las tres frases más filosóficas que conozco: el coloquial “ahí lo dejo”, el “volveré” cuando Schwarzenegger dejó el cine y el “tómate tiempo”, que según Wittgenstein debería ser la contraseña de la secta de los filósofos.
¿Qué libros le acompañaron mientras escribía “La sociedad del desconocimiento”?
Leo fundamentalmente ensayos; en este periodo a quienes están reflexionando acerca de si la inteligencia artificial es tan inteligente como suponemos: Hawkins, Nassehi, Dennett, Russell, Pinker, Crawford…
¿Qué novela u obra de ficción recomendaría para atisbar una explicación a la sociedad contemporánea?
El show televisivo Little Britain cuando una madre llega al hospital con su hija de cinco años para realizarle una operación de amígdalas que había concertado y la recepcionista le dice que estaba programada una operación de ambas caderas. A las objeciones de la madre, la recepcionista le contesta: “el ordenador dice que no”. Esta situación ilustra hasta qué punto puede llegar a ser absurda la repartición de funciones entre los humanos y las máquinas.
¿Cuál ha sido su último gran descubrimiento literario?
He leído muchas cosas interesantes pero ningún descubrimiento comparable al Proust que me mostró los recovecos del ser humano.
¿Qué canción o pieza musical usaría como autorretrato?
Desde que leí y traduje el comentario de Adorno al estilo tardío de Beethoven soy un entusiasta de ese periodo en el que el compositor abandona su locuacidad en favor de una expresividad sin deseo de originalidad ni grandilocuencia, la fuerza de lo convencional, del cliché, de lo no resuelto.
¿Qué película ha visto más veces?
Creo que no he visto ninguna película más de una vez.
Su diálogo favorito en una película.
La escena de El largo adiós en la que el detective Philip Marlowe, el protagonista de las novelas de Chandler, dice: “La gente viene a mí con problemas”. Algo así nos pasa a los filósofos, adictos a los problemas y torpes para las soluciones, pero esperanzados con la idea de que una adecuada formulación de los problemas sea buena parte de la solución.
¿Qué libro tiene ahora mismo abierto en la mesilla de noche?
Por la noche leo el periódico del día siguiente; es mi forma de estar por delante de mi propio tiempo.
¿Uno que no pudo terminar?
La mayor parte de los libros que existen en el mundo los he abandonado antes de empezar.
¿Y cuál transformó su visión del mundo?
La teoría de la acción comunicativa de Habermas, Sistemas sociales de Luhmann y La sociedad del riesgo de Beck son, pese a su aparente incompatibilidad, la trinidad del pensamiento contemporáneo. Me formé en ese triángulo, mediando entre sus riñas.
¿Qué está sobrevalorado en nuestra sociedad?
El pesimismo y la crítica.
De no haber sido filósofo habría sido…
Pintor, pero mi padre, ingeniero, no me dejó. En mi caso la filosofía es una argucia para ser pintor de otra manera.
*EN POCAS PALABRAS, BABELIA, EL PAÍS, 19-03-22.
GRITEMOS AL UNÍSONO: ¡NO A LA GUERRA!
“Siempre estoy con él. Había pensado en adoptar a un huérfano... A uno que se le parezca, con los ojos grandes. Pero sufro del corazón. Mi corazón no lo aguantaría. Me cobijo en el trabajo como en un túnel oscuro. Si tuviera tiempo para sentarme en la cocina y mirar por la ventana, perdería el juicio. Solo la tortura me puede salvar. En cuatro años no he ido ni una sola vez al cine. Vendí mi televisor en color, el dinero fue para la lápida. Ni una vez he puesto la radio. Desde que murió mi hijo, todo cambió: mi cara, mis ojos, hasta mis manos.
»Con cuánto amor me casé... ¡Me casé apresuradamente! Él era piloto, era alto, apuesto. Envuelto en su chupa y con las botas de piel de reno. Un oso. ¡¿Y ese iba a ser mi marido?! ¡Las demás chicas se morirían! Recorría las tiendas, ¿por qué nuestras fábricas no hacían pantuflas con tacón? Yo a su lado era tan bajita... Cómo deseaba que se pusiera enfermo, que tosiese, que se resfriara. Así se quedaría en casa todo el día y yo le cuidaría. Estaba loca por tener un hijo suyo. Y que fuese como él. Con sus ojos, sus orejas, su nariz. Como si alguien en los cielos me hubiese hecho caso, mi hijo salió clavado a él. No me podía creer que aquellos dos maravillosos hombres fueran míos. Adoraba mi casa. Me encantaba hacer la colada, planchar. Tanto me gustaba todo en ella que protegía a cada ser vivo que encontraba: una mosca, una mariquita... las atrapaba y las soltaba por la ventaba. ¡Que todo viva, que haya amor! ¡Yo era tan feliz! Llamaba a la puerta y enseguida encendía la luz para que mi hijo me viese alegre:
»—Cariño, soy yo. ¡Te he echado tanto de menos! —Del trabajo, de hacer compras, siempre volvía corriendo a casa.
»Quería a mi hijo con locura, también ahora le quiero. Me trajeron las fotografías del entierro... No las cogí... No me lo creía... Soy como un perro fiel, de esos que mueren en la tumba de su amo”.
*”Los muchachos de zinc”, Svetlana Aleksievich. Fragmento.