POETAS SIN FRONTERAS - POETS WITHOUT BORDERS
POETAS SIN FRONTERAS - POETS WITHOUT BORDERS

CANON PARA UNA NUEVA MUJER

Por Nicolás Zimarro.

29-06-16.

 

Hace unos días leí un poema, titulado “Elegía a una mujer sin nombre”, que llamó poderosamente mi atención. Decía así: “NOTICIA: Un capullo de rosa ha caído al suelo, azotado por una salvaje ventisca”./ CRÓNICA:El rosal de rosas muertas era una corona de espinas, un infierno a la sombra de un desvencijado muro, donde languidecía el capullo triste./ En sus ramas los días eran siempre noche habitada por la angustia de malvivir en un abismo oscuro./ Eran vacío, una soledad lacerante, un erial en el que el temprano fruto maduro se marchitó sin llegar a ser flor./ Ahora, doblegado, roto, el capullo solitario se esconde en la hojarasca para evitar que nadie lo vea sufriendo el fatal ayuno de una vida enajenada y llorando en silencio lágrimas de sangre, pétalos nacientes que van muriendo uno a uno, como uno a uno mueren los sueños en un tiempo prohibido./ Y el viejo muro será la tumba, la hojarasca la lápida y el olvido la cal que enterrarán este hermoso capullo”.

 

Después de meditar sobre este singular texto, he comprendido que "Elegía a una mujer sin nombre" no es simplemente un título, más o menos acertado, más o menos bello, sino la concreción en un sintagma nominal de un universo de pasiones, frustraciones, padecimientos, sentimientos y valoraciones que pretende evocar y mostrar la realidad y crudeza de la agonía y muerte social, cuando no física, de la mujer, una muerte figurada en el anonadamiento de un capullo de rosa que reposa bajo una lápida de hojarasca, esto es, la muerte de la autoestima y de la dignidad identitaria de cualquier persona víctima de la discriminación social. La expresión "una mujer sin nombre" hace referencia a todas y cada una de las mujeres víctimas de la hegemonía patriarcal y de la violencia de

género, que son las tristes protagonistas de esta historia, las desgraciadas destinatarias de la exclusión social, los insultos, el menosprecio y, en muchas ocasiones, de los golpes propinados por el protomacho de turno. El capullo de rosa yacente en el suelo, arrancado del rosal por el viento de un zarpazo letal, representa la mujer sin nombre, la desahuciada víctima anónima de las humillaciones y de las palizas, la mujer coartada en su potencialidad de humanidad. La ventisca es una forma de decir “sometimiento”, "violencia" o "abuso" de la fuerza, que en su manifestación más grave es de índole física, aunque por extensión se sobreentiende también el maltrato social y la supeditación a un tercero por causa de dependencia económica y patrimonial, circunstancias que inciden sobremanera en la degradación de la autoestima y en la tara de la consolidación de la identidad personal. Y no hay que olvidarlo, la ventisca es muy poderosa. Arranca de un solo golpe el capullo del rosal, y lo lanza al suelo. Este está inerme, desnudo frente al fornido gigante, cautivo de su propia impotencia. Y no tiene otra opción que la de llorar lágrimas de sangre, la de descarnarse en un inevitable desprendimiento de pétalos, que se marchitarán sin haber llegado a abrirse. Es la mujer discriminada que llora su pena, mientras se ahoga en el paroxismo de una lenta agonía,

al tiempo que es testigo del entierro de sus sueños, esos que han ido rompiéndose, uno a

uno, con el dolor de cada agresión infligida.

 

Y todo esto sucede en el rosal de las rosas muertas, que languidece a la sombra de un muro en ruinas. Este rosal es el conjunto de las mujeres que no llegan a realizarse como mujeres y, por consiguiente, tampoco como personas, tanto en cuanto solo pueden serlo en su calidad y por su condición de mujeres. Ellas son las víctimas de una castración deshumanizante que afecta a la conformación de su identidad personal, consistente en la anulación de la realidad esencial que les es propia, a saber: la de ser un individuo participado del principio natural de auténtica igualdad de todos los seres humanos. La castración se explicita en la preponderancia y la prevalencia factual de los hombres sobre las mujeres, única y exclusivamente por el hecho de ser hombres. La "corona de

espinas" simboliza ese sufrimiento continuado, la humillación más flagrante, el escarnio más despiadado y la desconsideración total y absoluta hacia su portadora, la reina de la alienación, su majestad la reina de la vigilia y el ostracismo, a la que se exige silencio y asunción del rol establecido para ella, al igual que hace el capullo que se oculta bajo el manto de la hojarasca, esa metáfora de la sociedad que calla. Porque la hojarasca somos todos y cada uno de nosotros, con nuestra indiferencia, nuestra despreocupación, nuestro mirar hacia otra parte, cuando no nuestro mirar hipócrita. Es el pálpito de nuestros corazones impávidos. Y es, también, la esquizofrenia de unas leyes absurdas que preconizan la igualdad de todos los sujetos de derecho, pero que de facto posibilitan la desigualdad real entre las personas, por razón de género; es la conformidad con algunos postulados éticos, fundamentados en un sustrato cultural o tradición, que proclaman la primacía del hombre sobre la mujer y el gregarismo de esta en relación a los dictados, los proyectos e incluso a los caprichos o veleidades de aquel.

 

Superar semejante estado de las cosas debe ser el objetivo primordial de la lucha social por la igualdad de todas las personas en sus derechos civiles y políticos, lucha que no puede dejarse exclusivamente en manos de los movimientos feministas o asociaciones particulares creadas al efecto que, históricamente llevan a cabo una labor de empoderamiento social de la mujer en medio del tumulto de la gente con sordina, de la muchedumbre de ciegos y sordos que, a pesar de que no quieran saber de su calvario, ni de nada que no sea ellos mismos, le proporcionan la engañosa panacea social del "totum revolutum", el consuelo de una complicidad que, en realidad, no es sino la consagración del principio de identidad individual en la uniformidad social vigente.

 

Ciertamente, por desgracia, la reivindicación del derecho a la igualdad efectiva y de la desaparición de todo atisbo de discriminación genérica ha sido, hasta casi anteayer, un asunto predominantemente de mujeres, como queda probado en las diversas manifestaciones literarias que nos acercan al fenómeno feminista, a la evolución en el tiempo de los diferentes movimientos sociales que lo constituyen y a las claves de los hitos que lo han ido amalgamando. Estas son las más significativas:

 

El segundo sexo, de Simone de Beauvoir (Cátedra). Se basa fundamentalmente en el concepto de igualdad de derechos entre ambos sexos y en la ruptura de los estereotipos femeninos hasta entonces.

 

Solo para mujeres, de Marilyn French (Debolsillo). Un ensayo en el que se censura el matrimonio convencional a partir de testimonios de mujeres infelices en los años setenta.

 

Manifiesto Femen (Hoja de Lata). Reivindicaciones del movimiento FEMEN: una defensa de los derechos de las mujeres a partir del uso del cuerpo como arma política.

 

Cómo ser mujer, de Caitlin Moran (Anagrama). Una conjunción del feminismo ‘punk’, clásico y pop.

 

Una habitación propia, de Virginia Woolf (Austral). Ensayo que reivindica la independencia económica y personal de la mujer bajo la metáfora del cuarto propio.

 

Carol, de Patricia Highsmith (Anagrama). Una historia de amor de dos lesbianas que rompe con el concepto trágico del lesbianismo.

 

El cuaderno dorado, de Doris Lessing (Debolsillo). Una tesis basada en la libertad sexual de la mujer y en su derecho exclusivo sobre la maternidad.

 

La mística de la feminidad, de Betty Friedan (Cátedra). Cuestiona el concepto de la ‘feminidad’ convencional: matrimonio, hijos y cuidado destinado a la belleza.

 

Las vidas de las mujeres, de Alice Munro (Lumen). El feminismo como la ruptura con las fronteras a la que estaban circunscritas las mujeres: el hogar, la Iglesia, el matrimonio y los hijos.

 

El género en disputa, de Judith Butler (Paidós). Se pone en entredicho la inmutabilidad de los sexos y la heterosexualidad como norma.

 

Esta nómina literaria recoge la esencia de los postulados que se entreveran en el acervo de la singladura de la avanzadilla feminista en su travesía por el desierto de la desigualdad. Convendría leer estas obras que articulan el canon de la nueva mujer, esa que, ante todo y sobre todo, es persona y, como tal, un agente en plenitud de derechos, con potestad para ejercerlos a su libre albedrío. He aquí la idea básica que emana de sus páginas. Sencillo, ¿no? Pues parece que la mayoría de la gente no quiere darse por enterada. No seas tú uno o una más de esa masa social apática y levanta la voz en defensa de una nueva mujer con nombre propio.

 

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