Por Rodolfo Alonso.
20-05-2017.
Es tal la saña con que el neoliberalismo aflige sociedades y naciones, que acaso los latinoamericanos no logramos valorar la victoria de uno de los nuestros. Colombia ha puesto fin a una guerra fratricida de casi siete décadas. Comenzó enfrentando liberales y conservadores tras el asesinato de Gaitán, hasta volverse especialmente trágica. Con inteligencia y firmeza, el gobierno y las FARC lograron un acuerdo. Y ya comenzó un arreglo similar con el restante ELN.
Por el camino quedó felizmente, como un mal recuerdo, la traición de otro gobierno diezmando a los reconvertidos dirigentes de la Unión Patriótica, que habían aceptado dejar las armas.
Siempre es buena noticia cuando estalla la paz. Quizá por eso recordé un viejo poema, surgido allá en tiempos de la Guerra Fría y que, habiendo circulado primero localmente, no sólo en el país, fue convertido por la Unesco en el único bilingüe para la contratapa de su antología La paix, invincible espoir (Bruselas, 1978), destinada a los alumnos de sus escuelas europeas. Y hoy quiero rescatarlo, como humilde homenaje, para nuestros hermanos del querido pueblo de Colombia, tan bella como desgarrada y capaz de renacer, de pura y santa resiliencia.
LA CALLE ES DE TODOS
Por la desesperada luz, la noche blanca
de los niños enfermos, por el cantor alquilado,
por el silencio y los parientes pobres,
por la lógica del amor y la razón de vida,
por el sueño, por los sobreentendidos
que nos unen y a veces nos separan,
por la muerte legítima,
por la tenaza, el pincel y la tijera,
por el vaso y el mar,
por el hierro pero no por las cadenas,
por la perra del ciego y los ojos que vendrán,
por la mano y la memoria,
por la risa de la lluvia y la tibieza
de algún sol sobre una espalda miserable,
por el vuelo y la pesca,
por todas las palabras que nos faltan,
yo digo ahora tembloroso
no sin cierta desconfianza también una palabra pequeña
PAZ.