Por Nicolás Zimarro.
06-05- 2016
Los últimos estudios avalados por los organismos e instituciones de reconocido prestigio a nivel científico y académico que han abordado la cuestión del número de idiomas que se practican en el mundo cifran en torno a 5000 las lenguas que en la actualidad se hablan, esto es, que están vivas y son de uso corriente. El 90% de estas se halla en una situación crítica de desaparición, un 8% se encuentra en un grave estado de minorización, el 1,5% goza de una relativa buena salud y el 0,5% restante ostenta el dudoso honor de ser hegemónica, en la mayoría de los casos sobre la base de una prevalencia impuesta por razón de colonización social, económica y cultural.
No es gratuito ni casual que en todos los procesos históricos de conquista de unos pueblos sobre otros el instrumento más eficaz en las tareas de sometimiento sea, precisamente, la deconstrucción cultural y, más en concreto, el arrinconamiento de cualquier atisbo de expresión cultural, sobre todo la lengua vernácula del pueblo enajenado, a los espacios de la intimidad familiar, a ámbitos privados restringidos o a eventos folclóricos de orden menor.
Es obvio que hoy en día estos procesos de dominación se solapan en una supuesta reorganización del orbe que, en teoría y a efectos de proselitismo, tiene por objetivo la consolidación de una sociedad más igualitaria, libre y formada, pero que en la práctica se concreta en una apuesta obscena por la uniformidad cultural y la homogeneización social de todos los rincones del mundo, lo que se ha dado en llamar eufemísticamente “globalización”.
En este contexto, las lenguas minorizadas difícilmente pueden acceder a un mercado cultural regido exclusivamente por la taxativa ley de la oferta y la demanda y supeditado a las exigencias e intereses de unos agentes culturales patrocinados y subvencionados por los grupos de presión políticos, sociales y económicos correspondientes.
Por eso, adquieren una dimensión casi de “milagro” dos iniciativas editoriales que han prosperado estos días, que rompen por una vez el lazo agónico que acalla las gargantas de quienes luchan por sobrevivir en este escenario de fagocitación cultural en el que, injusta y arbitrariamente, se han visto implicadas no pocas comunidades humanas, principalmente colectivos de indígenas y pueblos con cultura propia definida y diferenciada de la “Supracultura Global”. La primera iniciativa consiste en la traducción de “El principito” a la lengua aimara. La segunda, la publicación simultánea en treinta y dos lenguas africanas de la narración titulada “Revolución vertical: o por qué los humanos caminan de pie”.
El aimara es una lengua indígena hablada por más de dos millones de personas en las zonas altas de Los Andes de Perú, Bolivia, Chile y Argentina. A partir de ahora, estas pueden disfrutar de la lectura del clásico "El principito", del escritor francés, Antoine de Saint-Exupéry. La edición de la novela "Pirinsipi Wawa" ha sido publicada por el editor argentino Javier Merás y traducida al aimara por Roger Gonzalo, catedrático de lengua aimara y quechua en la Pontificia Universidad Católica de Perú y de la maestría de Lingüística de la Universidad de Puno, en la frontera de Perú y Bolivia, quien indicó que la tradición escrita en aimara tiene más de 400 años y que en esa época ya existía una cátedra de aimara y quechua en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en la capital peruana.
Considerando que el aimara está en situación de vulnerabilidad porque las familias de hablantes de la lengua están decidiendo no hablarla, no la enseñan a los niños, por motivos de índole socio-cultural relacionados con la primacía de los estándares globalizantes, y porque la promoción del aimara por parte de los organismos e instituciones oficiales es claramente insuficiente, “faltan materiales en todo campo del saber humano y no hay formación de profesores en esta lengua, considerando esto digo, la puesta de largo de esta obra de referencia de la literatura universal en lengua Aimara es un acontecimiento extraordinario que no debemos pasar por alto.
Con todo, no es menos digna de elogio la iniciativa llevada a cabo por el colectivo panafricano de escritores Jalada, consistente en la publicación del relato antonomásico africano es “Ituĩka Rĩa Mũrũngarũ: Kana Kĩrĩa Gĩtũmaga Andũ Mathiĩ Marũngiĩ”, del escritor keniano Ngũgĩ wa Thiong’o, que celebra la diversidad cultural de la región situada al sur del Sahara recogiendo en treinta y dos lenguas distintas el texto que podríamos titular en castellano “Revolución vertical: o por qué los humanos caminan de pie”.
Resulta de singular relevancia que haya sido este autor keniano, que se ha significado por haber abandonado la escritura en inglés y haberse centrado en la producción literaria en kikuyu, una de las lenguas habladas en Kenia, el elegido para la concreción del proyecto. Y es así porque es un ejemplo de compromiso con la cultura raíz primigenia y con la sociedad más próxima. Como asegura, “escribo en la lengua que puede entender mejor el público al que más me interesa llegar, las capas más populares de la sociedad”. Y no le va mal, puesto que, en los últimos años, su nombre siempre suena entre los candidatos al premio Nobel de Literatura. Y eso, a pesar de saltarse a la torera la dictadura de la industria editorial.
En fin, bienvenidas sean estas iniciativas que dan oxígeno a las tan precarizadas lenguas vernáculas y nos advierten de la necesidad de reivindicar la coexistencia de todas las culturas, con todas y cada una de sus manifestaciones particulares, en armonía y en plano de igualdad.
Enhorabuena a quienes ya han aportado su grano de arena.