02-06-20.
¿Cuáles medios oficiales y gobiernos mundiales se han al menos interrogado hasta ahora por los causantes de la creación y propagación del coronavirus Covid-19? En vez de ello se han propuesto crear una sarta de mentiras y de estrategias que viralizan la culpa entre los ciudadanos y la sociedad civil, culpándolos a todos con tácticas y terrores moralistas, incluso religiosas, en las cuales quedamos como victimarios en una confrontación de todos contra todos. Sin negar el riesgo y el peligro del coronavirus para la población mundial y local; sin poner en duda de que las medidas de aislamiento son fundamentales para evitar su propagación y acatando que todas las recomendaciones médicas son claves para superar la pandemia, nuestra reflexión va encaminada, sobre todo, a los contenidos ideológicos-políticos y a su permeabilización en la comunidad, la cual los asumirá tarde o temprano como verdades totales, respetando la orden y el imaginario del poder y del statu quo masificado.
Lo que aquí se cuestiona, y por lo que levantamos nuestra alarma, es el esquema autoritario y los dispositivos de poder que se han impuesto para culpabilizarnos, estrategia neofascista que ha puesto en funcionamiento una seductora maquinaria de culpabilidad cuya función es hacer que la sociedad civil acepte los golpes sin mayor queja alguna; que hace ver justa aquella monstruosa sentencia pronunciada en el cuento la colonia penitenciaria de Franz Kafka: “la culpa es siempre indudable”. Esto se observa cuando entra en funcionamiento la autoculpabilidad: el implicado piensa que, por mandatos supremos, debe sentirse culpable sin serlo. El recurso retórico que lleva a la mayoría a considerarse culpable, es una de las mejores estrategias de los regímenes para perpetuarse en el poder. La culpabilidad colectiva exonera de todo juicio a los verdaderos responsables de los horrores históricos. Su insistencia y repetición mediática anula la posibilidad crítica de los ciudadanos y atomiza al pueblo. Es un discurso retórico frenético, monotemático donde, en nuestro caso, el coronavirus es el plato roto que debemos pagar todos por tener la marca de la no inocencia. Nuestra dignidad queda humillada por esta retórica morbosa y siniestra.
La actitud cínica de culpabilizarnos a todos de este horror– y por ende de criminalizarnos en masa- alimenta discursos fanáticos de muerte y exterminio. Si todos somos culpables todos debemos pagar y morir por ello. Las intenciones son visibles: justificar las acciones de un terror tanto simbólico como real; legitimar el ocultamiento de la verdad, llevando la falsedad a sus más espeluznantes extremos; hacer de la mentira un valor intercambiable y usable según las circunstancias; indultar a los verdaderos culpables.
Los resultados son desastrosos. Se pone en línea y en red una actitud irreflexiva y peligrosa alimentada por la efervescencia mediática. Por lo tanto, la maquinaria de culpabilidad no sólo produce intimidación sino también una sensiblería acrítica, temperamental, inmediatista que en el fondo da legalidad a las vejaciones. Basta sólo ver cómo se aprovecha políticamente la angustia ciudadana y su temor ante el Codiv-19 para darnos cuenta que detrás del velo mediático existe la intención de des-responsabilizar a los verdaderos culpables y culpabilizarnos a casi todos. Así opera la maquinaria de culpabilidad; ella garantiza que los ciudadanos acepten la culpa como una perversa y dulce guillotina.
Legitimar las múltiples mentiras económicas y sociales que los gobiernos de turno generan en esta virulencia, es una de las más perversas estrategias que se pueda imaginar nación alguna. Ese parece ser uno de los tantos objetivos ocultos detrás de la creación de la pandemia, entre los que se encuentran también el liquidar a la población de tercera edad, benefactora de pensiones para liquidar a su vez todo esquema de pensiones, generar despidos masivos e imponer el trabajo por horas sin prestaciones, el teletrabajo mal remunerado, e ir aboliendo los sindicatos que aún existen y con ellos los pocos derechos laborales que van quedando en el agresivo sistema neoliberal, donde se impone el coste económico sobre el valor de la vida. Tratarán de aprovechar la hecatombe para volver norma estas excepciones asumidas temporalmente, junto a la educación virtualizada, los telecontroles y las vigilancias digitales policivas. ¿O es la industria farmacéutica voraz la que sacará mayores dividendos después de la angustia, como buenos mercaderes de la muerte? Ya varios dirigentes, presidentes y empresarios mundiales lo han sugerido.
Otro de los siniestros propósitos puede ser el de impulsar un sistema de limpieza demográfica donde mueran algunos excluidos de las ´´subclases´´ y sobrevivan los ´´elegidos´´ de las élites hiperclasistas, ello sin olvidar la trágica suerte de nuestra población en medio de un deficiente y pobre sistema de salud potencialmente privatizado.
Por otra parte, como consecuencia del Covid-19 ¿Dónde han quedado los problemas y los asuntos de las otras realidades cotidianas, políticas, culturales, etc.? ¿Será que todo se lo tragó el virus y desapareció, en la virulencia mediática, la múltiple complejidad de las heterogéneas realidades? ¿No será ésta una de las tantas lógicas perversas que traman las hegemonías de los poderosos? ¿O acaso no será un primer experimento global para llevar a cabo todas estas acciones? ¿Se trata de asignarle la culpa a la naturaleza, a Dios o al Diablo, a China y a Estados Unidos, a la ciudadanía en general, dejando en la impunidad a los verdaderos causantes de la tragedia? Arduas y preocupantes cuestiones.
Pánico, perversidad, mentiras y culpabilización construyen un cuadro ideológico, político y biológico que se nos puede estar montando y ante el cual debemos estar muy prevenidos y atentos.
OTRAS GUERRAS DEL CORONAVIRUS
Como en un guion cinematográfico, nos encontramos dentro de un extraño relato, sólo imaginado por la gran literatura, como por ejemplo, en el Diario del año de la peste de Daniel Defoe (1722); La Peste de Albert Camus (1947); El ensayo de la ceguera (1995) de José Saramago y en algunos filmes de ciencia ficción. Vaya guerra biológica donde la muerte inevitable se impone como un imperativo categórico. El famoso y conocido verso de John Donne: ´´la muerte de cualquier hombre me disminuye´´ la podríamos ampliar a toda la civilización con su capitalismo depredador que se devora a sí mismo. ¿Quiénes han osado realizar esto, poniéndonos al filo del abismo?
Podríamos sospechar de los ocultos propósitos y de las oscuras intenciones de los dueños mundiales del capital; permitirnos adelantar unos cuantos indicios sobre fines políticos, científicos y militares, junto a guerras económicas contra los chinos, los rusos, Irán, la Unión Europea, Latinoamérica, etc., con objetivos de expansión y dominación; terribles y malvados planes de imponer un neoliberalismo más agresivo, más soberano y totalitario; en fin, múltiples estrategias de dominio de los poderosos sobre sus más peligrosos adversarios y competidores. Todo ello puede ser cierto si lo vemos a la luz de lo que son capaces de hacer –incluso poniendo ellos mismos algunas víctimas-; pero también es una radiografía trágica y horrenda del verdadero rostro del capitalismo contra las civilizaciones y contra todas las especies que aquí sobrevivimos. Es su ataque frontal a la vida, su tenebroso odio a lo que hemos construido durante siglos y que con absoluto cinismo y brutal indiferencia destroza, resguardando sus propias utilidades.
La imagen del Leviatán antiguo y moderno, tan grávido y visible, tan temido pero al fin de cuentas materializado en sus instituciones de poder, ahora se ha volatilizado, se invisibiliza, se esfuma, creando una fuerza más poderosa, terrorífica y salvaje. ¿Cómo saber dónde se esconde si se encuentra en todas partes? ¿Cómo saber si nos ataca o no, mientras se mimetiza en todos y todos de pronto somos él, transmutados en peligro? Los cuentos y los filmes de ciencia ficción se hacen añicos, son nimios ante este Leviatán múltiple e invisible.
Las guerras precedentes se daban cuerpo a cuerpo, armamento contra armamento, ejércitos contra ejércitos, enfrentados en campo abierto. Las protestas del pueblo se dan en calles y plazas contra regímenes tiranos y normativas injustas. Ahora la guerra ha mutado: es la insoportable levedad invisible de seres microscópicos contra nuestros cuerpos visibles, vulnerables. Cambio de dimensiones. No salimos a combatir al enemigo, a cambio de ello nos encerramos; no enfrentamos a ese otro con nuestra presencia, sino con nuestra ausencia, nos confinamos. La bunkerización de la vida se vuelve nuestra seguridad. En el afuera está el peligro, pero en el adentro también, ya que puedes ser un bicho transmutado. Doble viralización. En el afuera no estamos a salvo, en el adentro naufragamos. Nuestros búnkeres, convertidos en supuestas fortalezas, son en realidad muros transparentes en la era de la hiper-información. A ellos transportamos el miedo al realizar las precauciones domésticas invadidos de terrores, al tiempo que consumimos virus cibernéticos, telemáticos, que nos bombardean, nos azotan, ajustan nuestras emociones, las registran. Afuera el Leviatán múltiple y proliferado del Coronavirus; adentro el Leviatán en red hiper-informática mentirosa, viviendo de nuestros espantos. ¿A mayor reclusión, mayor marketing de terror impactante y horrorífico?
La condición de lo maléfico se extiende y se propaga como otra virulencia mental e ideológica ¿Estrategia de alejarnos del ágora, de separarnos los unos de los otros, individualizarnos, desarticular aún más la comunidad, la amistad, la solidaridad, desintegrarnos?
Cierto: es necesario por ahora encerrarnos para evitar el contagio y la propagación, eso no se discute. Sin embargo, ¿cómo estamos llevando a cabo el encierro? ¿Cómo lo asume una sociedad y unas clases acostumbradas al consumo frenético? Y la población proscrita de esos bienes, la de los excluidos, los informales, los hacinados en las cárceles, los confinados a la pobreza ¿qué instituciones del Estado se han comprometido con ella? Salvo alguna que otra obra caritativa, son los desterrados de la tierra. ¿Será que hacia ellos va también dirigida esta maldad depredadora? Frente a ello queda resistir, proponer una acción vital y existencial activa, creativa, pensante. Combatir el miedo, el pánico, los medios mentirosos, el olvido de las realidades, nuestra nula solidaridad; construir la soledad-solidaria, la que nos han enseñado poetas, pensadores y artistas; mantener viva la memoria crítica y valiente; saber que a través del otro y con los otros es que existo, que soy, que me rebelo y exijo; resistir para re-existir de nuevo en medio de la crisis.
Símbolo y sino de una crisis civilizatoria, el Covid-19 marca y marcará la historia de ahora en adelante. ¿Quiénes pudieron montar semejante desastre civilizatorio? ¿Pensaron alguna vez en las creaciones de la poesía, de la música, la pintura, en el deseo visceral hecho obra de arte?
En un día cualquiera todos nos hemos visto confinados, mientras los autores del guion miran tal vez con deleite desde sus butacas cómo vamos uno a uno callando, y cayendo.