Por Nicolás Zimarro.
04-10-18.
Siempre me he preguntado para qué sirven realmente las ferias de libro, qué finalidad tiene el impresionante despliegue de recursos humanos y materiales que conlleva la organización de eventos de esta índole.
Son muchas las respuestas que de forma interesada, bien intencionada o, simplemente, despreocupada suelen esgrimir unas y otros en defensa de la conveniencia de la existencia de estas ferias.
Nos dicen que constituyen la manifestación cultural por excelencia, la expresión tangible a pie de calle del aconmtecer literario, la fiesta por antonomasia de la literatura, una inmejorable oportunidad para acercar la literatura al gran público, un magnífico escaparate para la exposición y presentación de la producción literaria, una plataforma ideal para la interacción de creadoras/es, editores/as, libreros/as y lectoras/es, etc…
Todas estas afirmaciones grandilocuentes y otras tantas del estilo que pudieran formularse no son sino mantras que adornan la realidad con un discurso amable, incluso con cierto halo de romanticismo, que busca, en la mayoría de los casos intencionadamente, la ocultación de la auténtica razón de ser del fenómeno de las ferias del libro, que no es otro que la mera explotación económica del hecho literario por parte del personal concernido.
Después de participar en algunos de estos mercados de la palabra escrita, al principio por la ilusión de compartir con los lectores y las lectoras mis inquietudes y los entresijos de mi quehacer narrativo, luego por la tontería narcisista de la fama y el reconocimiento público y finalmente por imperativo contractual con la editorial de turno, no me cabe duda de que las variables que se contemplan en exclusiva a la hora de elaborar cualquier balance sobre la oportunidad y los resultados de la realización de montajes de esta naturaleza para nada tienen que ver con la satisfacción de un interés social contrastado, con la expansión del conocimiento a todo el espectro de la población, con la valorización de la cultura en tanto que factor determinante de cohesión social o con la consideración de la literatura como el medio indispensable para la transformación y evolución individual y colectiva en pro de una sociedad sustentada en valores de paz, libertad, igualdad y sostenibilidad, sino más bien con la rentabilidad económica, en términos de impacto en el entorno donde se ha celebrado la feria y de índice positivo o negativo de ventas de la mercancía literaria, con la rentabilidad política para los gestores públicos implicados en la planificación de la misma y, lo más triste y habitual, con la casi enfermiza necesidad de lucimiento personal de los y las representantes de los organismos implicados en la actividad cultural, bien para demostrar la posición de prevalencia que ostentan, bien para justificar el cobro de las subvenciones que hayan podido recibir para el ejercicio de dicha actividad cultural.
Es lo que ocurre cuando se concibe la cultura como sector de consumo, la literatura como negocio y los libros como mera mercancía.
Fijaros cómo trata Fabio Jurado Valencia el asunto en un artículo titulado “La fiesta ocular de los libros”. Expone lo siguiente:”
El libro, esa materia de papel y color, ¿es un signo meramente ostensivo, es decir, objeto para la contemplación, o es un signo que provoca para ser abierto y buscar lo que hay en él, o es una fusión de estas características? Diremos que es relativo, pues hay libros que ni siquiera son ostensivos; son cosas que nadie mira; es decir, hay libros feos cuyas portadas no llaman la atención, si bien pueden ser bellos los mundos que se representan en su interior a través de las palabras, o pueden ser feos por dentro y por fuera, o bellos por fuera y feos por dentro. De cualquier forma son los lectores quienes lo determinan; los lectores nunca son homogéneos, porque cada uno es una historia de vida particular; pero no hay lector si no hay interpretación; entonces el libro que no es mirado ni tocado u (h)ojeado no tiene lector y, en consecuencia, no es libro: es una cosa que simplemente llaman libro.
El mejor escenario para caracterizar los efectos estéticos de los libros es, sin duda, la feria del libro, porque allí los libros están expuestos para ser mirados y tocados; han pasado por una selección previa con el criterio de la provocación y con la conjetura del editor de ser buscados por potenciales lectores; al ser tocados son (h)ojeados y leídos entre líneas. El modo de mirar y de tocar al elegir no es nunca neutral, deviene del impulso de la expectativa de quien busca, orientado por unos saberes ligados a unos deseos y unas ideologías. Así, se va a una feria del libro a mirar, tocar y leer entre líneas para saber escoger o tan solo para curiosear. También en un aula los libros pueden extenderse en una mesa con el mismo propósito y con los tiempos abiertos.
El libro es también un dispositivo disparador de la conversación, porque su sello es la de mediar en las interacciones humanas; por eso busca ser hablado; no hay libro leído que no propicie una conversación o un alegato; muchos lectores van a las ferias del libro a controvertir, en corrillos o, como lo hacen los autores/lectores, frente a un público que va también a escuchar sobre el mundo de los libros y sobre los dilemas de la vida. Los libros transcurren de voz en voz y este transcurrir a través de la escucha son una prueba sobre lo que cada quien ha aprendido con ellos: el lector se autoevalúa de manera permanente.
Los niños son los más obsesivos en este ejercicio de mirar, tocar y (h)ojear. Van directo al pabellón en donde se encuentran “sus libros”. Se sientan en el piso como si estuviesen en su casa y sin apuros van seleccionando los que responden a sus gustos, pero la tía les ha advertido sobre un tope para comprar: uno o dos libros dependiendo del precio; por supuesto, siempre sobrepasan el tope y se la juegan con pactos, pero cuando provienen de familias pobres no hay pactos ni libros, solo el espectáculo de mirar y de tocar, dado que, como en las ferias del libro de Quito y de la Ciudad de México, o en las jornadas de la mañana de la feria de Bogotá, y en muchas otras ciudades, la entrada es gratuita; queda en los niños, sin embargo, el deseo por descubrir el mundo a través de los libros y la ilusión es tenerlos algún día en la biblioteca de la escuela o del barrio, cuando existe la biblioteca.
Que los niños pequeños quieren leer y lo hacen como una fiesta, lo testifican los salones de la feria del libro, como la de Quito en 2017 y la de Bogotá en 2018, siempre nutridos por ellos y por sus padres. Interpretan las imágenes y conjeturan lo que dicen las palabras; entonces descubren que no es lo mismo la imagen visual que la imagen que el pensamiento construye a través de las palabras: imágenes narradas; es cuando el libro los atrapa y los amarra a sus mundos; los llaman para continuar por los corredores de la feria y responden con un “espera”, que se prolonga por horas hasta llegar al desenlace de la historia leída.
La X Feria Internacional del Libro de Quito, realizada durante los días 10 al 19 de noviembre de 2017, fue diseñada especialmente para los niños y para los jóvenes, con el lema “El mundo es más interesante de lo que parece”, en el marco del Plan Nacional de Lectura José de la Cuadra. La feria hizo justicia a los niños y a los jóvenes con los salones más organizados y atractivos y una oferta diversa, de la que es importante destacar los libros que, con ilustraciones maravillosas, reivindican los mitos y las leyendas de Ecuador y de la costa del pacífico latinoamericano, así como la transposición semiótica de las obras clásicas: estos géneros, leyendas, mitos y tramas gráficas, constituyen una entrada asombrosa a la lectura no sólo de los niños sino también, y sobre todo, de los adultos. Hay libros que no están destinados a los niños ni a los adultos sino a los lectores.
Todo texto es transformable en otros o todo texto es un material para producir otros textos. Las transformaciones son infinitas. Una determinada trama, como la que narra Homero en Ilíada o en Odisea, es objeto de transposición al lenguaje del cine, del teatro, de los cómics o de los dibujos animados. La dibujante y publicista francesa Soledad Bravi, por ejemplo, reconstruyó la trama de las dos obras de Homero a partir de dibujos con el estilo del cómic, con adaptaciones lingüísticas y con una fuerte intención de parodia, tanto en los cuadros de las acciones como en la voz del narrador y en los parlamentos de los personajes. Es un libro breve traducido al castellano por Felipe Cammaert, editado por Talleres de Edición Rocca, de Colombia; este libro es un referente para comprender las características de la trama gráfica de obras literarias del canon.
Con la transposición del sistema lingüístico/literario al sistema iconográfico la autora remodela y transforma lo propiamente literario en un texto cómico, caricaturesco, con lenguaje popular, cuyos destinatarios son los niños o los adultos como lectores. Ya no se trata de las dos grandes obras poéticas de Homero sino de una versión en escenas gráficas de las historias narradas por Homero. Hay un estilo del dibujo y un estilo del lenguaje verbal que son reveladores de una autoría, con sus singularidades estéticas, no ya de Homero sino de Soledad Bravi.
El otro ejemplo de transposición de las obras de Homero es el que realiza la escritora argentina Adela Basch, con ilustraciones de Douglas Wright: ¡Que sea la Odisea!, editada por LoQueleo, en Colombia, en 2015. Se trata de una pieza de teatro con rasgos de una farsa de circo, en la que se cruzan los parlamentos de los presentadores de la obra con los diálogos de los actores que representan a Ulises, sus guerreros, su familia y los personajes míticos que desfilan por los cantos de Homero. Los tonos de las voces de los personajes se configuran en los ritmos y rimas sostenidas, en el juego sonoro con las palabras, con giros sociolectales que evocan la lengua castellana de Argentina. Las canciones se intercalan en el avance de la obra. Son materiales propicios para reír en los salones de clase y producir otros textos, narrando de nuevo, por ejemplo, lo que está representado en los dibujos.”
Bueno…, que cada cual extraiga su conclusión.