POETAS SIN FRONTERAS - POETS WITHOUT BORDERS
POETAS SIN FRONTERAS - POETS WITHOUT BORDERS

TINTA DE CHIPIRÓN.

Por Nicolás Zimarro.

22-10-2016.

 

“Diferencia”, “diversidad”, “libertad”, “derechos”, “igualdad”, “respeto” y términos de similar naturaleza son de uso ordinario y moneda corriente en los mentideros de lo políticamente correcto. Todos/as los/as bien nacidos/as, todos/as los/as biempensantes y todos/as los/as bien parados/as los incluyen en su jerga comunicativa en los diversos ámbitos de las relaciones humanas. Así, parlanchines/as de toda laya se apuntan con la boca grande a la conformación de un mosaico social vertebrado en tan sublimes principios.

 

¡Qué bueno! De ser cierto, este sería el camino directo hacia la humanidad plena. No cabe duda. Pero ¿por qué resulta tan difícil recorrerlo? ES más, ¿por qué solo se aventuran en él los/as activistas en la lucha por la dignidad de todas las personas, los/as auténticos/as paladines de la excelencia del ser humano, y no, precisamente, estos y estas que aventan a bombo y platillo la magnificencia de unos valores en los que no creen y que, en no pocos casos, asumen a regañadientes?

 

La respuesta es palmaria: estos conceptos que atesoran un significado tan precioso en la construcción de la sociedad del presente continuo son meros cantos de sirena en boca de tantas y tantos prestidigitadores de la palabra. Ya está dicho, son expresiones de conveniencia en el discurso de lo políticamente correcto. Como dicen en mi pueblo: tinta de chipirón. Solo eso: un manto de anuencia, cuando no de iniquidad, que pretende soslayar el desdoro de la verdad unívoca engastado en el inconsciente colectivo de las distintas sociedades tras milenios de sometimiento moral y religioso. Tinta de chipirón, sí, bocanadas de palabrería que rezuman prejuicios inconfesables.

 

Si no, ¿cómo se explica el estado de las cosas a estas fechas del siglo XXI, en lo que se refiere al abismo social, económico, ideológico, antropológico e identitario que separa a los individuos humanos, por vía de los hechos y los códigos jurídicos nacionales e internacionales, convirtiendo a unos en sujetos personales y colectivos de pleno derecho y a otros, por razón de irracionales presupuestos aderezados con la conveniente tinta de chipirón, en complementos indirectos marginales, mayoritariamente relegados al espacio oscuro del trágala social.

 

Pongamos por ejemplo la consideración social de la situación actual que padecen las personas que se mueven en la órbita LGTBI. ¿Qué es lo políticamente correcto en el contexto de una sociedad que se proclama moderna, justa y democrática?

 

La afirmación paradigmática que recoge el principio básico del consenso social prevalente es esta: Todas las personas somos sujetos de los mismos derechos y obligaciones. La diferencia genérica es una característica identitaria natural de los individuos humanos y la diversidad en los usos e inclinaciones eróticas es potestad de estos, en exclusiva.

 

Bla, bla, bla… Convención pura y dura… Basta con leer las noticias, con salir a la calle, con hablar en privado con las personas de nuestro entorno, para convencerse de que se trata de juegos de artificio, de florituras de “quedabién”. Porque, por mucho que nos pese, sentencias discrecionales como las que transcribo a continuación están a la orden del día: “¿Las lesbianas?, unas putas guarras, cochinas lamecoños”, “¿Los gays?, unas mariquitas de mierda, chaperos de culo flojo”, “¿Los transexuales?, unos psicóticos que no saben por dónde les pega el aire”, “¿Los/as bisexuales?, unos/as viciosos/as, pervertidos/as predadores de carne y pescado” y “¿Los/as intersexuales?, unos seres amorfos, hermafroditas de pacotilla”.

 

Evidentemente, todas estas aseveraciones, y otras cientos de perlas del estilo, no solo son gratuitas y carentes de la mínima razón de ser, sino que además resultan harto injustas. Y más aún, cuando constituyen el trazo grueso de la brocha gorda de los cantamañanas palanganeros al servicio de los pregoneros del vademécum ético judeo-cristiano-musulmán. Es tal la estigmatización, manifiesta o subliminal, por causa de diferencia genérica o diversidad  sexual, que han sufrido en propia carne  los/as concernidos/as directamente en la problemática por su orientación sexual no ajustada al canon ético preestablecido, es tal la marca que la conciencia de culpa ha dejado en la sociedad en general, obligada a interiorizar una concepción antropológica de la realidad humana sustentada en un prontuario ético de sesgada raigambre religiosa, que se nos hace muy cuesta arriba sustraernos a una valoración ética del hecho diferencial y nos duelen prendas a la hora de sacudirnos la rémora de las falsas convicciones. Solo así se entiende nuestra indolencia, cuando no displicencia, y nuestra coincidencia, cuando no connivencia, con una situación impuesta, anómala y arbitraria, que nos deshumaniza sin remedio, transformándonos en títeres de un sistema radicalmente prostituido.

 

Al respecto, quisiera hacerme eco de un artículo firmado por Emilio de Benito, titulado “Ciencia invertida contra la homosexualidad”, en el que expone brevemente las líneas maestras de un ensayo firmado por Víctor Mora bajo el título de ‘Al margen de la naturaleza’, en el que este disecciona cómo durante el franquismo se retorció el conocimiento para justificar la persecución del diferente. Dice así:

 

“Oficialmente, Víctor Mora (Valencia, 1981) enmarca su libro Al margen de la naturaleza (Debate, 2016) en su tesis doctoral en Humanidades en la Universidad Carlos III de Madrid. Pero en la conversación se trasluce que es parte –y, seguramente, no la más importante– de su activismo con lo que él llama, con gran acierto y economía lingüística, "la diversofobia", una manera de englobar el odio a gais, lesbianas, transexuales, bisexuales, intersexuales y cualquier otra identidad u orientación evitando las clasificaciones, "un elemento de control por parte del poder en general y del franquismo en particular.

 

El eje del libro es el periodo de la Dictadura, premio Sagasta de Ensayo de este año, pero va un poco más allá que otros estudios y relatos sobre la represión. En la obra, Mora busca la base (pseudo) científica en que se basaron las autoridades y los legisladores para considerar que la diferencia en general, y la homosexualidad en particular, eran un peligro que había que reprimir o reeducar.

 

Visto en pleno Siglo XXI, la sucesión de autores y sus tesis podría parecer una extravagancia, pero en su momento tuvieron mucho predicamento y éxito. Mora destaca a Mauricio Carlavilla del Barrio, cuyo libro Sodomitas –"como se ve, no se andaba por las ramas con los títulos", dice con ironía el ensayista– llegó a las 12 ediciones desde los años veinte hasta los setenta. "Fue fundamental para extender una imagen negativa y estereotipada", dice Mora. En un párrafo que, por desgracia, hoy sigue de actualidad en muchos lugares, Carlavilla , inspector de la Dirección general de Seguridad durante la dictadura de Primo de Rivera, explica cuál es la reacción de los padres que descubren que su hijo es homosexual. "¡Mejor muerto!, gritaréis [...]. Mejor para él, para vosotros y para con Dios".

 

Carlavilla, que se cambió el nombre por el de Mauricio Karl, quizá para ganar la respetabilidad asociada a los científicos alemanes, es tan extremo que cae "en la parodia". Aunque no era científico, sirve para que Mora apunte uno de sus enfoques: "La carcajada es la mejor venganza". Una risa que puede convertirse en un rictus, pero que sirve para recordar.

 

También previo al Franquismo es Albert Chapotin, quien en su libro Los defraudadores del amor zanja el asunto de los pervertidos y desviados afirmando que es inconcebible "incluir en la especie humana a estos engendros". De él toma Mora el título del libro: deben estar al margen de la naturaleza.

 

Los teóricos de la homosexualidad del Siglo XX se explayaron en descripciones y comentarios. Aquí hay algunas de sus afirmaciones.

 

Albert Chapotin. "Armaos de valor. Sobreponeos a vuestro legítimo desprecio”.

 

Gregorio Marañón. "Tengo que decir desde ahora que los estados intersexuales no son estados de perversión, de anormalidad monstruosa o pecaminosa del instinto, tal como muchos pretenden interpretar".

 

Gregorio Marañón. "Cada cual en este mundo, no ama lo que debe, sino lo que puede".

 

Antonio Sabater Tomás. "Otros invertidos son sujetos celosos, sádicos, brutales, con manía persecutoria, que van armados, que amenazan de muerte y a veces matan, producto de su posición homosexual que no pueden dominar".

 

Mauricio Carlavilla. "La manada de fieras sodomitas, por millares, se lanza a través de la espesura de las calles ciudadanas en busca de su presa juvenil".

 

Antonio Vallejo Nájera. "Toda desviación del destino biológico transmuta también los caracteres psicológicos, y hace del varón un afeminado y de la hembra un marimacho".

 

Mauricio Carlavilla. "¿Dónde soñará el sodomita y el eunicoide satisfacer mejor su hipertrófico impulso de dominio sino llegando a ser Dictador divinizado del Estado Comunista?".

 

Hans Giese. "El homosexual se haya determinado al absurdo social".

 

Antonio Sabater Tomás. "[Los castigados por la ley de peligrosidad social” demuestran no merecer libertad, por haber abusado de ella".

 

Luis Vivas Marzal. "Hay homosexuales congénitos sobre los que se puede sentir compasión, pero su peligro fundamental radica en su afán de proselitismo. Además, es innegable su responsabilidad moral a pear de su tara congénita". "La aplicación de medidas de seguridad está, pues, plenamente legitimada desde el punto de vista de defensa social".  Ante los homosexuales, "rigor en ocasiones, caridad siempre, simpatía, nunca".

 

"Chocan estos planteamientos tan poco rigurosos en un siglo que es el de la ciencia", comenta Mora. "Siempre pensamos que la ciencia trabaja con la verdad", y, en este caso, esta fue retorcida para adaptarla a temores, prejuicios y conveniencias. Y esto no afectó solo a ciertos personajes más o menos estrafalarios. Hasta el propio Gregorio Marañón tuvo que adaptar su mensaje. En 1929 publicó Los estadios intersexuales en la especie humana, en el que defendía que la homosexualidad era una especie de estado indefinido en el desarrollo y que había que "estudiar los orígenes profundos" de la inversión para "tratar de rectificarlos". Pero, añadía, "en modo alguno hay que castigar al homosexual, siempre que no sea escandaloso". Después de la Guerra Civil, Marañón "tuvo que cambiar su tesis". En una reedición de 1951 de sus Ensayos sobre la vida sexual, mantiene la idea de que el "homosexualismo" es "producto de la insuficiente diferenciación sexual", pero añade es una manifestación "aberrante del amor". "Es normal que hubiera un cambio. En esos tiempos no se podía hacer ciencia de otra manera. La mayoría de los que querían hacerla en serio se habían ido", matiza Mora.

 

No es el único apellido ilustre que se metió en estos charcos. Tiene un papel destacado Antonio Vallejo Nájera, "el psiquiatra del régimen", como lo define Mora. "Fue el encargado de encontrar el gen rojo", entre otras teorías, como sus intentos de asociar un aspecto físico al perfil de un delincuente. También se cita a Juan José López Ibor, "que intentó desacreditar el famoso informe Kinsey” que evaluó, por primera vez, la proporción de hombres que habían tenido relaciones homosexuales (un famoso 10% que los estudios posteriores no han confirmado). "No disimulaba nada bien que tenía un asco tremendo a los gais", comenta Mora.

 

Pero al margen de personajes de relumbrón, hay algunos más ocultos, más burocráticos, pero que fueron determinantes. Antonio Sabater Tomás trabajaba en organismos institucionales, y estuvo detrás de la Ley de Peligrosidad Social de 1970. Luis Vivas Marzal, presidente de la Audiencia Provincial de Valencia en 1963, "estaba preocupado porque no estaba seguro de que la homosexualidad fuera ilegal", expone Mora. "Para que lo fuera, se apeló a la Salud Pública, convirtiéndola en una patología contagiosa”. “Era, para un régimen que quería abrirse, una manera de mantener la represión pero lavándose la cara", señala.

 

El autor hace dos reflexiones más sobre sus conclusiones. Una, que estas tesis "se exponían en congresos internacionales". En los años cincuenta y sesenta, "España era única porque tenía una dictadura muy larga, pero en cuanto a género e identidad, la discriminación era universal. Ahí está el caso de Jaime Gil de Biedma, expulsado del Partido Comunista", relata. Y otra que va más al corazón de libro. "Todos, en algún momento dejaban los argumentos científicos de lado. No podían usar la ciencia para demostrar lo que no es".

 

Víctor Mora utiliza una palabra, diversofobia, como una manera de englobar a todo el que tiene odio a géneros, identidades u otras características diferentes. Viene a ser un equivalente a la LGTBI-fobia (fobia a lesbianas, gais, transexuales, bisexuales, intersexuales) "y todo lo que pueda venir". Está especialmente preocupado por el número creciente de agresiones a ese colectivo, y, por eso, hace un año participa en Sección Invertida, un movimiento que se dedica a concienciar mediante actuaciones callejeras (limpiar con fregonas rosas el lugar de un ataque, por ejemplo).

 

Para él, el paso de hablar de un libro sobre la represión en el Franquismo a esta situación no es un salto. Es parte del mismo proceso, de su identidad. "Me interesa especialmente la construcción de la identidad en contextos de resistencia, y en eso este tiempo se parece al anterior. En momentos de crisis, siempre se busca al enemigo interno. Primero son los inmigrantes, pero en segundo lugar siempre nos toca a nosotros", dice.

 

Y la vulnerabilidad, aunque parezca una contradicción, ha crecido últimamente. "Se ha perdido el miedo, pero también la conciencia. Ya no hay un sujeto marica como pudo haber en los setenta y ochenta, que se identificaba con una lucha. Hay un sujeto gay completamente despolitizado".

 

La conquista legal de derechos, obviamente, ha sido buena, pero no es la solución definitiva. "Ojalá la diversofobia fuera un problema legal, pero es cultural, social. Hay algo que no hemos hecho bien. Quizá pensamos que con los derechos estaba todo conseguido".

 

"Obviamente, si fuéramos a los activistas de los setenta y les dijéramos cómo estábamos ahora, no se lo creerían. Ni en sus mejores sueños lo habrían esperado. Pero hay que elaborar una crítica del activismo. No se trata de si hemos avanzado más o menos, sino de si lo hemos hecho en la dirección adecuada".

 

El continuo añadido de siglas al movimiento -a la l de lesbiana y la g de gay se han añadido la t de transexual, la b de bisexual, la i de intersexual, la q de queer (que no pretende encajar en ninguna de las anteriores) y hasta la h de heterosexual comprometido- le parece a Mora un símbolo de un proceso de categorización con el que no está de acuerdo. "Nos definimos por oposición. La lectura normativa de la naturaleza es falsa. El fascismo es la identidad, lo único, pero en la naturaleza solo hay diversidad".

 

Para el escritor y activista, las primeras víctimas de estas clasificaciones son las personas transexuales, que tan mal encajan en algunas. "Su despatologización todavía está a debate. Y mientras hay estudios que les dan una esperanza de vida de 35 años. Imagina la cantidad de suicidios que tiene que haber",. Quizá en lugar de ir creando categorías lo que debamos sea eliminarlas todas".

 

Creo que todo está dicho.

 

 

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