POETAS SIN FRONTERAS - POETS WITHOUT BORDERS
POETAS SIN FRONTERAS - POETS WITHOUT BORDERS

EL ÁRBOL.  

Por Gabriel Arturo Castro.

 

Siempre ha existido una dicotomía entre la naturaleza y el hombre, gracias a una visión antropocéntrica del mundo, aspecto que ha permitido el total dominio del hombre sobre su entorno, una doble condición de creación y destrucción. Esta visión judeo-cristiana, reforzada por la revolución mecánica, tecnológica e industrial, desconoce la existencia sagrada en los otros seres vivos que nos rodean, por ejemplo, animales y plantas, quienes para ellos no poseen principios espirituales propios.

 

Los no humanos, en este caso, están desligados de nuestro origen, separados del mundo humano y por lo tanto pueden ser destruidos sin atenuantes morales. La contaminación es un  ejemplo, junto a la deforestación y pérdida de la biodiversidad, actividades realizadas por el hombre quien su razón práctica erradica lo que considera extraño a su naturaleza: la lógica del depredador, “cuya razón produce monstruos”. Dicho comportamiento pragmático ha llevado a la pérdida de contenidos vitales en la naturaleza, sobre todo el plano simbólico e imaginario de naturaleza humanizada. Hoy en día asistimos a todo lo contrario: la deshumanización del entorno propiciado por el racionalismo capitalista, profano, secular, de acuerdo al mito del “progreso”.

 

La cultura dominante ha impuesto una visión pobre y limitada de la naturaleza, según los modelos de consumo. Los seres que rodean al hombre entran sólo a tener valor de cambio y no valor de uso. Entre ellos están los bosques y el árbol, cuya existencia es de un valor esencial para el hombre. Es la encarnación de la vida, el punto de unión del cielo, la tierra y el agua, el eje sobre el cual se organiza todo el universo. Los antiguos pueblos creían que el árbol estaba imbuido de gran cantidad de energía divina creativa. Los bosques llegaron a simbolizar el misterio y la transformación, la longevidad, la inmortalidad, la regeneración y el renacimiento, además de sus propiedades curativas. Desde el inconsciente colectivo el árbol es el centro del Paraíso, el origen de la vida, lugar de paz y refugio, un lugar donde se hallan afectos, secretos y recuerdos, una memoria activa del cada hombre acerca de la armonía, el crecimiento espiritual, el saber, la manifestación del sol, la madre tierra, la fuerza vital invisible que duerme, la iluminación, la fertilidad. El árbol es casi para todos los pueblos y culturas del mundo el símbolo del universo, el soporte, el origen y el conocimiento. Con él se simboliza toda una cosmovisión que expresa un carácter sagrado del mundo, de la vida y la naturaleza. Su figura contiene los tres niveles cósmicos: inframundo (raíz-Madre- Tierra); tierra (tronco-fertilidad) y cielo (copa-los cuatro rumbos). Ha significado eje del mundo, ceiba sagrada, sostenimiento del cielo, columna de la tierra, cordón umbilical, centro del mundo y  libro de los destinos. Para James Frazer, algunos árboles están dotados de alma, lo que les permite ser “poesía viva”, gracias a su extensión vertical, mirada aérea, textura de sus nudosidades, sus ramas virtuosas,  su perfecto orden interior y su idioma, que según Eduardo Cote Lamus, anudan letras en sus troncos. Alguna vez José Eustasio Rivera escribió en “La Vorágine” acerca de la extracción del caucho: El árbol y yo, cada cual con su tormento, derramamos lágrimas ante la muerte y luchamos cuerpo a cuerpo hasta sucumbir.

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