06-12-2017.
REFLEXIONES EN TORNO AL POEMARIO “ASOMBROS” DE JORGE TORRES MEDINA.
1.
La historia del tiempo antes y después del hombre, me dije, es el eje de la reflexión que Jorge Torres Medina (Chiquinquirá, Colombia, 1956) nos propone en ASOMBROS (Caza de Libros Editores, 2017). En una primera lectura estamos ante la visión de alguien que ha recorrido desiertos, mares, montañas y nos pinta lo que esos ojos han visto, lo que su personalidad ha sentido y lo que sus neuronas han entretejido con esas múltiples visiones del planeta. No prima sin embargo la visión de un expedicionario. Prima, sí, el desencanto entonado con una voz muy singular. ¿El desencanto de qué? ¿En qué consiste esa singularidad? A diferencia del emblemático “El barco ebrio” en el que un Rimbaud de apenas 17 años, en el verano de 1871, acomete la osadía de crear la metáfora de un barco que habla, que siente, que piensa y crea sinestesias en torno a su relación con los ríos y los mares (“el despertar amarillo y azul de los fósforos cantores”), la “voz” con la que Jorge Torres Medina entona sus ASOMBROS no le canta al paisaje, ni se complace en la descripción de seres fabulosos; llora, eso sí, ruge, chilla por la extinción de ellos. Y también crea sinestesias. No es una encadenación de alejandrinos alrededor de las visiones delirantes de un bote epónimo perdido y hundido en el mar. En la voz rugosa del ser que nos habla reside el testimonio del hombre que se embarcó, literalmente, en la aventura del mundo. Metafóricamente, ahí están los momentos álgidos de la observación del caos que denuncia. Intelectualmente, estamos ante el despercudimiento del lenguaje tradicionalmente conocido como “poético” para así, como unas herramientas cientistas hundirse en la investigación de las raíces de la hecatombe ante la cual el género humano está confrontado en nuestros días. Así consigue crear el testimonio de un hombre que regresa de las “trampas en las que se pudre en los juncos todo un Leviatán” como decía el mismo Rimbaud en aquel lejano verano de su adolescencia.
2.
Estamos pues ante el regreso del tripulante que se embarcó en ese barco metafórico e intelectual. En la búsqueda de las “trampas” que han provocado el caos que nos presenta llegué a pensar que estaba ante una poesía militante. Acudiendo a un viejo modismo coloquial se podría decir que se trata de poesía “comprometida” como si toda poesía, sea cual sea su timbre y entonación, a condición de que sea Poesía, no fuese comprometida. Poesía comprometida, poesía militante, viejos modismo que ahora ya no significan ante el peso y la consistencia de la Poesía. Para corregirnos, la apuesta de ASOMBROS avanza sin embargo por esos linderos, ya no para denunciar las contradicciones sociales entre pobre y ricos, ya no para poner en evidencia los desajustes entre centralismos y periferias, ya no, en fin, para persistir en la propuesta de que identidad étnica se corresponde con identidad de clase. No. Nada de eso. Poesía universal a secas, comprometida, eso sí, por la intensa reflexión entorno a los estragos que ha constatado el hombre embarcado en el barco ebrio de la existencia. No nos habla el barco. No nos habla de su ebriedad. Nos habla de lo que el hombre ha hecho del planeta. Nos habla del “sapiens” y su obra devastadora a lo largo del tiempo. El grito. La denuncia. La chilla. Pero entonados desde un estricto posicionamiento ético que en sus caso termina por ser político: “Sentado en la dificultad / la vegetación es aliento // Avanzo medito me protejo / los depredadores asedian…”
3.
En un nuevo ajuste de tuercas, saltando de una estancia a otra de los ASOMBROS, recordé en parte la historia de la retórica de la poesía. Se ha sostenido que con la emergencia de la crisis de los recursos poéticos a finales del siglo XIX surgió la conciencia de la brecha entre el nuevo sentido de la realidad psicológica y las antiguas modalidades del discurso poético. Desde Rimbaud, pasando por Lautréamont y Mallarmé, buena parte de la tradición poética ha estado marcada por la obra de una serie de poetas que rompieron con las reglas estructurales de la definición poética. Los techos cerebrales se vieron convulsionados por esfuerzos rupturistas en la materia verbal. Mientras por otro parte las búsquedas más sensatas buscaban devolver a la palabra el poder de encantamiento. Y en ese camino la poesía se renovó a tal punto que unos convirtieron las palabras en actos, no de comunicación sino de iniciación a un misterio privado. Este desembarco del misterio privado llegó vigente hasta la post modernidad, renovada en otros por causas del industrialismo, invasiones, existencialismo y vacío intelectual que tomará sus cartas en la poesía. Pues bien, el matrimonio entre el júbilo renovador y la búsqueda en la poesía de la más alta forma de expresión, no de lo que ven los ojos exteriores, sino de lo que ven los ojos del alma humana en sus crisis por existir en cualquiera de los mundos, corre el riesgo de convertir los ASOMBROS de Jorge Torres Medina en la materialización de un hombre profeta, un ser que no necesita pasar por el desorden de los sentidos para hablar y llorar al mismo tiempo sobre el destino del planeta que ha engendrado los excesos del propio hombre. Acierta el prologuista Óscar Perdomo Gamboa cuando sostiene que en ASOMBROS el poeta “no tiene miedo a abordar lenguajes supuestamente prohibidos… Torres reinventa palabras que los científicos encerraron en su jerga.”
Estamos, en suma, ante una propuesta poliédrica. A la vez heredera de las grandes expediciones por selvas, mares y volcanes, como de las reflexiones de los grandes pensadores sobre el destino del hombre, sin dejar de lado los anhelos de una poesía comprometida con la idea de los cambios. Cambios dentro de nosotros mismos. La revolución de todos los días, pero sobre todo dentro de cada uno. He ahí su credo. He ahí su “Ecología del ser” y su anhelos des “desmontar la guerra en el olvido.”