POETAS SIN FRONTERAS - POETS WITHOUT BORDERS
POETAS SIN FRONTERAS - POETS WITHOUT BORDERS

EUSKADI, EL PAÍS DE NUNCA JAMÁS

Por Nicolás Zimarro

 

 

Por nada del mundo hubiera pensado que el País de Nunca Jamás fuera cierto y real y, además, con una autenticidad o, si se prefiere, con una inautenticidad lacerante. Pero, mirad por dónde, resulta que, casi sin darme cuenta, vivo en él. Y lo bueno, o lo malo, es que para aterrizar aquí no he tenido que girar a la derecha en la segunda estrella y volar hasta el amanecer, tal y como reza la leyenda.

 

En el País de Nunca Jamás, aquella isla imaginaria recreada en la novela Peter Pan de J. M. Barrie, los niños perduraban por siempre en su niñez y vivían una diversión continua. Era un lugar habitado por los “niños perdidos”, liderados por el héroe infantil Peter Pan, por temibles piratas como el Capitán Garfio, por indios salvajes y por seres mágicos como un hada buena, Campanilla y el Cocodrilo que le arrancó medio brazo al Capitán Garfio. En mi país de Nunca Jamás, en cambio, todos los pobladores vivimos una incertidumbre que se prolonga hasta el hartazgo y no somos capaces de sentarnos frente a frente para dialogar con franqueza, generosidad y altura de miras. Los

moradores de este territorio presentamos similitudes evidentes con los personajes de ficción del cuento de Barrie, aunque no seré yo quien establezca ninguna equivalencia en este ámbito discursivo. No, eso que lo haga cada cual a su gusto, entender y criterio.

 

Considero que este ejercicio de introspección personal y de prospección social es ineludible y necesario para que unos y otros nos ubiquemos acertadamente en el escenario sociopolítico actual de Euskadi. No basta con autoproclamarse pomposamente como ciudadanos, como individuos con los mismos derechos y deberes civiles, para exculparnos de cualquier posible situación embarazosa, porque este término que nos confiere una igualdad formal no soslaya el hecho de nuestra pertinaz tendencia a la diferenciación respecto del otro, incluso nuestra obsesión por preponderar sobre él. Así, por mucho que unos y otros digamos lo contrario, todos propendemos a exhibir espolón

y garras, a marcar el límite infranqueable de nuestras posiciones.

 

“Nunca cederemos al chantaje terrorista”, “Nunca permitiremos que se desarrolle la fabulación nacionalista etarra”, dicen unos. “Jamás sucumbiremos ante el mecanismo represor de un estado tiránico”, “Jamás nos someteremos al yugo de una Constitución impuesta”, aseguran otros. Y en mi país, por unos y por otros, siempre llueve agua de náusea, agua de soledad y tormentas de hielo; llueve horror de primavera furtiva, lluvia de angustia, lluvia de espanto, lluvia de amaneceres con los cielos siempre cubiertos; llueve ríos de lágrimas y desdicha, un aguacero de sangre en las manos, un diluvio de ausencias en el tiempo.

 

“Nunca perdonaremos a los asesinos de nuestros seres queridos”, “Nunca aprobaremos una ley de punto final”, afirman unos. “Jamás olvidaremos el dolor de nuestro pueblo”, “Jamás claudicaremos por la fuerza judicial y policial”, esgrimen otros. Y en mi país los truenos reverberan en lamentos callados que brotan en gotas de sudor frío, de desaliento y desesperanza, en gotas de silencios, gotas de humores extraños que se escurren en hilos de bilis por la gotera del miedo y anegan los corazones de hiel e inquina.

 

“Nunca, nunca…”, gritan unos. “Jamás, jamás…”, vocean otros. Y en mi país, aunque la lluvia se atenúe y en lontananza se vislumbre un futuro prometedor, unos convierten la tragedia en una obra de teatro y otros el porvenir en un artículo de opinión de un diario, mientras todos hemos de sufrir el infierno de la deshora de una pesadilla y muchos la angustia de sentirnos abandonados a nuestra suerte en el fragor de la contienda, rehenes del terror, las ideologías, los credos y la metralla mediática.

 

Euskadi, mi país de Nunca Jamás, me dueles cuando eres cementerio, tierra quemada de polvo inerte y mar constreñida en caracola. Y por eso reivindico que nunca jamás ninguna propuesta de diálogo sea vano grito, que nadie padezca el estigma de la injusticia o la exclusión partidaria, que el clamor popular de paz se torne en melodía de las voces que callan y que la pesadumbre abra paso a la ilusión, como una tierna amapola que brota entre los restos de la muerte.

 

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