Idea Vilariño se queja de que por mucho tiempo las antologías de poesía de Hispanoamérica “ignoraron olímpicamente la escritura femenina”, y que hasta “[la muy comprensiva […] de Juan Gustavo Cobo Borda solo menciona, entre unos setenta poetas, a seis mujeres” (7). 1
Sin embargo, como apunta Reneé Scott, “[en los últimos lustros uno de los acontecimientos más significativos de la literatura hispanoamericana ha sido el reconocimiento del discurso femenino” (5). Así las cosas, hasta cierto punto se explica que la crítica tradicional de Hispanoamérica, y sobre todo la de su natal Uruguay, no haya prestado suficiente atención a la espléndida poesía de Ida Vitale (Montevideo, 2 de noviembre de 1923). Pero lo que no tiene justificación es que la crítica feminista del área, que debería por definición corregir este desatino, haya guardado tan cerrado silencio sobre el caso. Tal vez sea porque se trata de una mujer que, desde ambos puntos de vista críticos, no escribe como debe escribir una mujer. Es decir, al no priorizar la construcción de un sujeto poético femenino esta autora desafía tanto al viejo como al nuevo canon literario hispanoamericano.
Desde su adolescencia, cuando descubrió la poesía de Antonio Machado, Ida Vitale ha escrito versos. Su primer poema, un soneto, fue publicado en la revista Hiperión, en septiembre de 1942. Ese mismo año inició sus estudios, primero de Leyes y luego de Humanidades, en la Universidad de la República en Montevideo, pero nunca se tituló. Uno de sus profesores fue el escritor español José Bergamín, exiliado entonces en Uruguay, cuyo magisterio se hizo sentir en su poesía temprana. Gracias a sus recomendaciones recuperó a los románticos alemanes y franceses, y leyó a María Zambrano y Octavio Paz. Cuando Juan Ramón Jiménez pasó por Montevideo en 1948, “se llevó algunos de sus poemas y los incluyó en Presentación de la poesía hispanoamericana joven, antología publicada en Buenos Aires donde figuran dos escritoras uruguayas: Idea Vilariño e Ida Vitale” (Caballé 531-2). Con Ángel Rama, José Pedro Díaz, la propia Vilariño, entre otros, funda la revista cultural Clinamen (1947-1948). Y aparece La luz de esta memoria (Montevideo: La Galatea, 1949), un primer libro de una solidez notable.
Hugo Verani sostiene que Ida Vitale es “una figura aislada y excepcional entre los poetas de su generación en Uruguay” (569), y esto es una verdad a medias. 2 Ella pertenece no solo por razones cronológicas a la llamada Generación Crítica (o del 39, o del 40, o del 45). Graciela Mántaras Loedel señala que esta promoción “se había iniciado beligerante y parricidamente hacia 1939; había propiciado el ejercicio crítico exigente, riguroso, multiabarcador; terminó fundando una nueva estimativa,se puso al día con las innovaciones de la literatura del siglo; procedió a revisar el pasado cultural para proveerse de una ‘tradición útil’” (7-8). Toda esta actividad, según Carlos Real de Azúa, “tenía que llevar a una ruptura total, completa […] con lo que hacia 1945 o 1950 corría como literatura o historiografía oficiales, cargadas de retórica y conformismo, […] estilizadas por una noción […] puramente decorativa de la función intelectual” (Cit. en Paternain 81-2). Junto a Vitale, los poetas mayores de esa generación son, a juicio de Mántaras Loedel, “Vilariño (1920-2009), Mario Benedetti (1920-2009), Amanda Berenguer (1921-2010), Gladys Castelvecchi (1922-2008), […] Sarandy Cabrera (1923-2005), Carlos Brandy (1923-2010), [y] Humberto Megget (1926-1951)” (7-8).3
Lo cierto es que Ida Vitale participa activamente en el quehacer cultural de su generación. Colabora en su más emblemático medio de expresión, el semanario Marcha; también, en las revistas Asir y La Licorne, y los diarios El País y Época. Realiza varios viajes formativos: Francia (1955-1956), a donde va con una beca; Cuba (1964 y 1967), donde es jurado del Premio Casa de las Américas y participa en el Encuentro con Rubén Darío; y la Unión Soviética (1965). Uruguay no es ajeno al proceso convulsivo desatado por la Revolución Cubana a partir de 1959, que en opinión de Benedetti “sirvió para acelerar una reintegración política (en el sentido más cívico del término) en escritores que hasta ese momento estaban parapetados detrás de su erudición o de su fantasía” (35). 4 Sin embargo, Vitale no se afilia a ningún partido político ni a ninguna tendencia estética. Otros poemarios se suman a su obra: Palabra dada (Montevideo: La Galatea, 1953), Cada uno en su noche (Montevideo: Alfa, 1960) y Oidor andante (Montevideo: Arca, 1972).
Estos años decisivos para el desarrollo de Ida Vitale como poeta se caracterizan, a juicio de Rama, por un proceso de “descomposición del liberalismo, producida justamente en el país que había llevado a su ilusoria perfección una economía y una sociedad liberal que patrocinó Inglaterra y que culturizó Francia” (223). El pensador apunta significativamente que los intelectuales del período fueron, “en su mayoría, los sepultureros ideológicos del régimen liberal uruguayo” (223). Esta preeminencia de la función intelectual es una singularidad, ya que pocas veces ha sido tan relevante la contribución “al esclarecimiento de las conciencias, a la explicación de la realidad, a la formación de las nuevas promociones, al adiestramiento para el cambio, a la consecución de valores morales indispensables para enfrentar la degradación política y económica que fue operando la oligarquía detentadora del poder” (217-8). Concluye Rama que en este esfuerzo la poesía funcionó “como la vanguardia volante del ejército en marcha, anunciando sin cesar nuevos descubrimientos, zonas todavía desconocidas de la realidad, estados espirituales apenas entrevistos en el seno de la sociedad” (238).
Podría afirmarse entonces que la poesía de Ida Vitale está en el núcleo mismo del quehacer de su generación: la construcción de un sujeto intelectual participativo. Este desplaza a un segundo plano a otros, como el sujeto nacional y, en el caso específico de nuestra autora, el sujeto femenino. Esto último es particularmente sensible porque, en la poesía contemporánea de Uruguay, como reconoció Washington Benavides, se ha dado un absolutamente excepcional “predominio poético femenino” (8). En ese país de “numerosa clase media que fomentó el cultivo de las letras, a lo largo de más de cien años las mujeres han creado un discurso literario rico y variado” (Scott 5). Las cumbres de esa tradición son las poetas Delmira Agustini (1886-1914), Juana de Ibarbourou (1892-1979) y Sara de Ibáñez (1909-1971); la narradora Armonía Somers (1914-1994); las ya mencionadas integrantes de la Generación Crítica; y entre las escritoras contemporáneas, la poeta y narradora Cristina Peri Rossi (1941). Jorge Oscar Pickenhayn reconoció, en la poesía uruguaya, “más de sesenta nombres de mujer, cuya resonancia se apoya en firmes méritos” (7). 5
El 27 de junio de 1973 se produce en Uruguay un golpe de Estado y al año siguente Ida Vitale se exilia en México. Allí reside por una década, integrándose con desenvoltura a la actividad cultural, y colaborando en revistas como Plural y Vuelta, y periódicos como El Sol y Unomásuno. Publica un nuevo poemario, Jardín de sílice (Caracas: Monte Ávila, 1980), y las antologías Fieles (México: El Mendrugo, 1977; México: UNAM, 1982) y Entresaca (México: Oasis, 1984). En suma, el suyo fue “un exilio beneficioso” (Verani 568). En 1985, derrocada la dictadura militar, regresa a Uruguay, donde permanece hasta 1989. Escribe entonces para el semanario Jaque e integra los consejos editoriales de las revistas Poética y Maldoror. En 1990 se instala en Austin, Texas, desde donde colabora en las revistas Posdata y Letras Libres. Vitale asume el desplazamiento como una actitud vital y hoy comparte su tiempo entre Estados Unidos, Uruguay y México. Su poesía se ha multiplicado en las últimas décadas: Sueños de la constancia (México: FCE, 1988 y 1994), Procura de lo imposible (México: FCE, 1998), Reducción del infinito (Barcelona: Tusquets, 2002), El ABC de Byobu (México: Taller Ditoria, 2004; Madrid: Adama Ramada, 2005) y Trema (Valencia: Pre-Textos, 2005). 6
De punta a cabo, en la poesía de Ida Vitale se manifiesta la incompatibilidad entre la construcción de un sujeto intelectual y el realismo. No es que estemos ante una estética idealista, que niegue la existencia de la realidad objetiva. Alejandro Paternain señala que, como en el caso de otros autores de la Generación Crítica, para nuestra poeta “[e]l cerrado círculo de la subjetividad […] se ha abierto al mundo y el mundo ha ingresado en él, transformándolo, renovando los sentidos y extendiendo el alcance de un estremecimiento que se acuerda ahora con el estremecimiento de todos” (41). Por eso Vitale no nos ofrece solo un testimonio de su individualidad; como asegura Verani, ella “es la menos autobiográfica de todos los poetas uruguayos modernos […], su poesía no es un medio para describir las experiencias concretas ni un vehículo para la auto-expresión” (567). Se trata en fin de “una escritora que rechaza la noción de mímesis, de la literatura como una imitación o una representación simiesca del mundo concreto” (Verani 568). Y su poesía busca en consecuencia un balance entre objetividad y subjetividad, “se preocupa tanto del mundo externo como del interno” (Verani 572).
El sujeto intelectual de Ida Vitale pone, consecuentemente, la capacidad intelectiva por encima de la capacidad sentimental. Por eso esta poesía, radicalmente al margen del romanticismo, “[s]in ostentar patetismos consigue acercarnos a su angustia poderosa y serena” (Paternain 38). Lo reafirma el hecho de que “estos poemas expresan una perspectiva que trasciende su universo personal para abarcar amplias emociones compartidas” (Verani 569). También que recurra, como señala Anna Caballé, a la “ironía desmitificadora. […] Desconfiando de certezas y definiciones, prefiere crear problemas y disentir, señalar resquicios por donde sustraerse a lo que se le impone” (531). No es de extrañar entonces que su mensaje sea implícito, que reclame un lector activo, participante del proceso de creación, al cabo “más sugestivo que representativo” (Verani 567). No quiere decir esto que Vitale sea “deliberadamente oscura, pues el lector puede entender su poesía perfectamente bien a un nivel superficial. Los temas complejos se presentan de una forma condensada, se capturan magistralmente en su materialidad y su misterio, en su franqueza y su abstracción ” (Verani 569).
Al poner al sujeto intelectual en el primer plano, la poesía de Ida Vitale se centra en la representación misma; no solo intenta hacer visible el referente sino también el signo. Rafael Courtoisie asegura que nuestra poeta siempre está “[alerta con las palabras, alerta a las palabras, porque son un límite y mienten también, pero su intensidad, su propio riesgo se hace condición de vida” (204). Concomitante con esta práctica es que, como apunta Antonio Mellis, haya “un proceso creciente de ‘descarnamiento’ del lenguaje” (Cit. Rela 173-4). Es obvia la conciencia del “poder del lenguaje para sugerir estados de mente ocultos sin expresarlos directamente y, más importante, en su capacidad de llegar a la máxima intensidad de la expresión” (Verani 569). Como la propia autora afirma, “el mundo está lleno de gente demasiado satisfecha. Hay que tener conciencia de que siempre se puede ir más allá. Y sobre todo, no aceptar que el lenguaje lo diga todo. Lo dicho es un espectro, un fantasma de otra cosa” (García Pinto 263). Semejante empresa ha producido una utilidad y una belleza que no se puede pasar por alto. 7
1 Se refiere a: Cobo Borda, Juan Gustavo, ed. e intro. Antología de la poesía hispanoamericana. México: FCE, 1985. Sobre el tema, ver: Rodríguez Padrón, Jorge. El barco de la luna: Clave femenina de la poesía hispanoamericana. Caracas: Fundación para la Cultura Urbana, 2005.
2 Los autores son responsables de la traducción de las citas Verani que aparecen en el texto.
3 La desaparición física de varios de los poetas de esta generación ha requerido la actualización de las fechas.
4 Benedetti añade que la Revolución Cubana “sirvió también para que muchos de ellos sintieran la necesidad de un compromiso personal (sin que ello significara someter su obra a la inspiración y al vaivén de partido político alguno) y en decidida actitud no vacilaran en arriesgar sus empleos, sus carreras y hasta el mantenimiento de una saludable distancia con los piquetes policiales; sirvió finalmente para que ese tema externo, aparentemente lejano, se convirtiera en reclamo nacional, y, sobre todo, para que el tema de América Latina penetrara por fin en nuestra tierra, en nuestro pueblo y también en nuestra vida cultural, que siempre había padecido una dependencia casi hipnótica frente a lo europeo” (35).
5 El más riguroso registro de este singular fenómeno es la antología de Benavides, que incluye obras de María Eugenia Vaz Ferreira (1875-1924), Agustini, de Ibarbourou, Selva Márquez (1904-1981), Esther de Cáceres (1903-1971), Clara Silva (1905-1976), de Ibáñez, Vilariño, Berenguer, Vitale, Castelvecchi, Matilde Bianchi (1932), Nancy Bacelo (1931), Marosa di Giorgio (1932-2004), Circe Maia (1932), Peri Rossi, Tatiana Oroño (1947), Cristina Carneiro (1948) y Silvia Guerra (1961). En otras antologías de la poesía uruguaya aparecen obras de Petrona Rosende de la Sierra (1787-1863), Luisa Luisi (1883-1940), María Adela Bonavita (1900-1934), Sarah Bollo (1904-1987), Blanca Luz Brum (1905-1985), María Elena Muñoz (1905-1964), Susana Soca (1906-1959), Estrella Genta (1917-1979), Orfila Bardesio (1922), Silvia Herrera (1922), Dora Isella Russell (1925-1990), Selva Casal (1927), María Esther Cantonnet (1933), Suleika Ibáñez (1937) y Silvia Riestra (1958). A esta ya amplia lista habría que añadir otras poetas valiosas de las generaciones posteriores.
6 En prosa, Vitale ha publicado los singulares libros Léxico de afinidades (México: Vuelta, 1994), Donde vuela el camaleón (Montevideo: Vintén; México, 1996: Sin Nombre, 2000) y De plantas y animales: Acercamientos literarios (México: Paidós, 2003). Se ha distinguido, también, como crítica y traductora. Ha escrito iluminadores ensayos sobre la poesía uruguaya de los años veinte y las obras de sus coterráneos Agustini, Felisberto Hernández y Enrique Casaravilla Lemos. Poetas latinoamericanos que han recibido su atención crítica son Pablo Neruda, Nicanor Parra, Alberto Girri, Enrique Molina, Olga Orozco, Octavio Paz, Eliseo Diego, Gonzalo Rojas, Carlos Germán Belli, Rafael Cadenas, Roque Dalton y José Emilio Pacheco. Además, ha traducido obras del francés (Jean Dubois, Guillaume Apollinaire, Gastón Bachelard, Jules Supervielle, Simone de Beauvoir y Emil Cioran), el italiano (Luigi Pirandello, Massimo Bontempelli, Salvatore Quasimodo, Pier Paolo Pasolini y Eugenio Montale) y el inglés (Djuna Barnes, John Osborne y John Synge).
7 La primera versión de este texto sirvió de presentación a la antología de Vitale que tradujimos al inglés, Garden of Silica (Cambridge, Gran Bretaña: Salt P, 2010). La misma muestra se publicó en Cuba (Jardín de sílice: Poesía 1949-2010, La Habana: Arte y Literatura, 2016) y se tradujo al macedonio (). Otras relevantes antologías de la obra de Vitale son Sobrevida: Antología poética (Ed. e intro. Minerva Margarita Villareal; México: Era, 2015), Todo de pronto es nada (Ed. e intro. María José Bruña Bragado; Salamanca: Universidad de Salamanca, 2015) y Poesía Reunida (1949-2015) (Ed. Aurelio Major; Barcelona: Tusquets, 2017). Vitale ha recibido los importantes premios Octavio Paz de Poesía y Ensayo (2009), Internacional Alfonso Reyes (2014), Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2015), e Internacional de Poesía Federico García Lorca (2016).