Hasta hace una década se discutía sobre la Europa de los estados federados bajo una constitución republicana que consolidará no solo una visión económica, tecnológica, educativa o empresarial conjunta: había algo más importante en juego. De modo que por una vez se llamaron a la mesa del dialogo a los filósofos y pensadores, teólogos y científicos, porque estaba en juego el espíritu sensible de la comunidad.
Era importante volver a las bases fundamentales de la libertad y la autonomía del ser humano, de la profundización en la democracia deliberativa y no solo representativa, de una economía que alcanzara los mínimos éticos, y de una distribución de los recursos y de la riqueza más equitativo, en definitiva, rescatar del olvido todas las luchas perdidas por omisión por un mercado que se fagocitaba así mismo y engullía al estado dejando el bienestar común en manos de la fraudulenta manipulación del capital.
La reflexión interdisciplinar en campos como la ecoética, la bioética o la formación de los comités éticos de las grandes empresas, fue solo un indicativo de que había ciertas prácticas que no obedecían a un interés general o que podían caer en un proceso donde la razón instrumental hiciera de paritorio de todas las ideas que la modernidad se estaba planteando como sospechosas.
Europa ha llegado al final de su creencia, al fondo oscuro de su fe y no sabe a quién encender las velas porque las luminarias que prendieron el siglo de las luces se han ido consumiendo al humo de
un pabilo que no alumbra.
No le ha dado resultado poner en manos de la tecnocracia el futuro de los millones de seres humanos que transitan por este territorio de mil culturas. De este mismo lugar raptado, salió dios despedido y sin indemnización por los más de dos mil años trabajados en los cimientos de la cordura, derechos humanos y otros aspectos que apuntalaron sistemas normativos haciéndolos un poco más justos de los que ya existían.
Ahora en esta Europa transitoria, hay personas que pasan hambre, pierden sus casas, son despedidas o marginadas de por vida, al tiempo que cada ciudadano tira a la basura 180 kilos de comida al año en perfecto estado y crece la cifra por encima de los ochenta millones de pobres que tiene en sus entrañas esta quimera o proyecto de comunión.