Desde una perspectiva ética, el problema fundamental al que se enfrentan los individuos humanos que viven en sus propias carnes la dramática experiencia del desarraigo cultural, la exclusión social, la crisis económica, la desestructuración familiar, el maltrato físico y psicológico ejercido por causa de género o la desidia institucional es el de la falta de respuesta con sentido a su realidad existencial, o sea, la total indefensión en la que se halla ante las ineludibles cuestiones "¿quién soy yo?", "¿a
dónde voy?" que surgen a partir de la conciencia del caótico y adverso estado de las cosas.
En esta situación sólo caben dos posicionamientos: el de la absoluta incomunicación y el de la comunicación con los demás.
La incomunicación absoluta sería la solución de quien opta por la soledad más extrema. Sería la de aquel ser humano radicalmente ajeno a todo otro ser humano. Esta opción en su versión “Light”, se concreta en lo que denominamos “indigencia”; pero no es factible en sentido extricto, por cuanto llevaría a ese individuo a una coyuntura pre- social, a una indiferenciación del yo y de lo otro, a una pérdida total del sentido de la existencia que imposiblitaría la valoración moral de la acción humana.
No. No hay individuo humano sin “red social”, sin vínculos sociales de una u otra naturaleza, por muy primarios y precarios que éstos sean. Los otros, “el otro social”, son los referentes y garantes de las relaciones intersubjetivas y del desarrollo individual personal.
Así, la única solución posible para superar las contingencias azarosas y las traumáticas realidades existenciales mencionadas es la vía de la comunicación.
La comunicación ha de entenderse como un darse al otro a la vez que el otro se nos da. Puede ser no auténtica o auténtica, en relación a la cualidad de esta donación.
La comunicación no auténtica consiste en un darse que no se da: esto es, en un darse enmascarado. Es, por decirlo así, la pretensión de salvar la situación existencial desde una posición del yo como centro del ámbito de relaciones comunicativas y del otro como medio para mis fines, tal y como ocurre en infinidad de ocasiones.
El problema se agrava cuando no es sólo un yo el que establece una relación comunicativa no auténtica, sino la sociedad en general. Entonces, todos los sujetos de la relación comunicativa se muestran como en realidad no son, hasta el punto de que cada yo prejuzga y trata a todo otro desde su relación de inautenticidad. Es lo que llamamos egoismo, hipocresía o indiferencia social.
Y es aquí donde cobra valor y pertinencia el trabajo social, el esfuerzo de las ONGs, plataformas sociales y movimientos ciudadanos encaminado al restablecimiento de la comunicación auténtica, a la puesta en marcha de mecanismos y programas de integración, promoción y apoyo de cualquier individuo en riesgo de exclusión social y/o de menoscabo de su dignidad de ser humano. Trabajo y esfuerzo que han de significar la puesta en práctica del principio de la comunicación genuina de un darse de todo yo a todo otro sujeto tal como cada uno es, entendiendo que cada cual es lo que es sólo
siendo con los otros.