La filosofía vive en la duración, la poesía late en el instante. La filosofía recorre un devenir del pensamiento, la poesía señala el punto de irrupción de la imagen. Por ello la filosofía de la imaginación —que profeso (y confieso)— florece en el jardín de senderos no que se bifurcan (como los borgeanos) sino que se entrecruzan.
La poesía corona la filosofía, porque la poesía es una forma del silencio.
La poesía es la palabra mínima que late en el corazón de la imagen.
La poesía es el misterio de la palabra que no necesita el tiempo largo del relato, las prolongadas cadenas de razones explicativas, a veces tediosas en su extensión sin ritmo, sino que es el enigma de la imagen-palabra, metáfora grávida de posibles en su inventada traslación, símbolo rico en su flexibilidad creativa ilimitada, alegoría concentrada de viejas paideias.
La indisoluble alianza de filosofía y poesía en una filosofía de la imaginación, los imaginarios y la racionalidad, cuestiona de raíz las concepciones tradicionales de la humanidad. Abre una nueva antropología filosófica, donde arte y ciencia, poesía y filosofía, teoría y técnica, saber y hacer, gestan nuevos espacios de creación.
Filosofía de la imaginación que se traduce, en la filosofía, en el privilegio del pensamiento en imágenes, las sintaxis lingüísticas nuevas, la revolución de las lógicas; la persona humana, artista y esteta, sumergida en la fuente de los procesos cósmicos que la envuelven y cobijan. Filosofía de la imaginación manifestada a su vez en la poesía, en el privilegio de la inmediatez de imágenes brotantes, originarias, las imágenes primordiales, arquetípicas, producidas por un imaginario en ebullición, por las aguas desbordadas del espíritu rompiendo los diques de férreas normativas, capaces de castrar la creación libre.
Así, en estos espacios la prosa filosófica deviene poesía y la poesía exhala filosofía vital. Allí, cuando ambas se realizan, cuando sus protagonistas, los creadores, no son sólo seres frustrados, lastimados, viviendo en la borrosa grisácea oscuridad, cuando no anidan el odio estéril en su alma ni guardan feroces rencores absurdos e inconducentes, entonces, como el verdor de las ramas buscando la luz en sus flores, así florecen ambas, enlazadas en un verdadero matrimonio alquímico. Gaston Bachelard afirma:
el homo faber es el hombre de las superficies, su espíritu se fija sobre algunos objetos
familiares, sobre algunas formas geométricas groseras […] El hombre soñante ante su
hogar es, por el contrario, el hombre de las profundidades y el hombre de un devenir. 1
Considero que la especie humana en su totalidad, para llegar a ser homo faber, necesita primero soñar, y la condición que hace posible todo ello, la raíz originaria, es la fuerza de la imaginación, que siempre inventa nuevas alternativas, otros posibles, ante la realidad que la impacta. Regresando hasta lo primigenio, lo originario de la humanidad, la raíz es el hombre imaginante, homo imaginans, carácter distintivo de la especie humana.
Reflexionemos sobre un ejemplo, realizando un breve recorrido, en un doble movimiento, ante algo desconocido; supongamos, un árbol. El árbol es ante todo vivido, soñado, imaginado, gozado estéticamente de manera espontánea, inmediata, sin más.
Esta tesis implica una inversión de los realismos crudos, a ultranza. Porque el árbol vivido estéticamente es primero imagen, quizás metáfora, o símbolo. Es el "árbol poético". Luego probablemente pueda devenir un barco, una mesa, un banco, es decir, un útil. Este "árbol utilitario", tesis utilitarista, queda también relegado a un segundo plano, a un "después"; no es la relación originaria. Es inversión del utilitarismo (al estilo de Frazer, en La rama dorada). Ante todo la relación estética, después se inventará un uso. Y sólo en una instancia posterior aún ese mismo árbol formará parte de una especie y un género, que conoceremos nombrado en latín, es decir, devendrá el árbol del botánico: nace así como "árbol científico". También están los árboles metafóricos de la filosofía, como el árbol cartesiano del conocimiento, etcétera. En todos y cada uno de los estadios, aquel árbol único, singular, se multiplica en los mil árboles artísticos posibles: instrumentos musicales, un Stradivarius; esculturas, pinturas, árboles animados en los cuentos infantiles, y claro está, árboles poéticos.
Si ahora hacemos un giro radical y emprendemos un movimiento regresivo, hacia la fuente primera, nos topamos con una prolífica, universalmente creadora imaginación humana, la gran secretora de imágenes y constructora de todas las construcciones posibles. El poeta es aquel cuyo espíritu constituye un concentrado de imágenes, metáforas, signos, símbolos, aquél que persiste en su ser estético durante su viaje por el mundo. Entonces se desborda en imágenes-palabra. Y la poesía expresa los ritmos vitales transmutando la armonía musical del espíritu. Más radicalmente aún, la
poesía renace en cada creación, en la vivencia originaria de las imágenes cósmicas primordiales. De ella proceden las primigenias relaciones con lo dado, con nuestro hábitat, con lo inmediato, con lo que nos impacta. Entonces comprendemos a Bachelard cuando afirma:
El mundo es bello antes de ser verdadero.
El mundo es admirado antes de ser verificado. 2
La poesía —inmersa en la existencia estética del ser que vive en clave estética, en otras palabras, inmersa en la existencia del ser que se vive en su condición de homo imaginans—, constituye el thauma originario de la filosofía. De esta manera hemos transformado otra tesis fundamental de la filosofía.. El thauma filosófico originario se funde en la cosmogonía poética donde, con tono quedo, Giuseppe Ungaretti descubre, 3 en su texto Mattina (La mañana):
Me ilumino M'illumino
de inmensidad d'immenso
Esta vibración intensa en una armonía cósmica sin fisuras nos susurra que la plenitud del recogimiento se vive en la inmensidad de la luz de vida. Pero la poesía, cobijada en la vida estética, roza el silencio, y en su punto culminante es puro thauma, la más pura filosofía, que se concentra en el misterio de un signo de admiración. Y nada más.
Basho (Matsuo Munefusa, maestro del haiku, 1644-1694) lleva la poesía a su extremo más radical, al silencio de una exclamación:
Cuando miro con cuidado
¡veo la nazuna floreciendo
junto al seto! 4
La poesía filosófica o filosofía poética, no importa cómo la nombremos, se ha transmutado en una actitud, la más plena y feliz, que es el maravillarse eternamente niño como una forma estética de transitar la vida.
María Noel Lapoujade (nacida en Uruguay), profesora de estética en la Universidad Nacional
Autónoma de México, es autora del proyecto para crear el Centro de Estudios Sobre el Imaginario en México y fue cofundadora de la Maestría en Estética y Artes de la Universidad de Puebla. Escribió los trabajos titulados Filosofía de la imaginación y Bacon y Descartes. Un caso de la coincidencia de los opuestos. Fue compiladora, articulista y prologuista del volumen colectivo Espacios imaginarios; Imagen, Signo y Símbolo; y de la obra Tiempos imaginarios: ritmos y ucronías, y publicó otros trabajos sobre temáticas filosóficas en Europa y America.
1 Gaston Bachelard, La Psychanalyse du feu, 1949, p. 100. La traducción es mía.
2 G. Bachelard, L'air et les songes, 1943, p.216. La traducción es mía.
3 Giuseppe Ungaretti, La alegría, Ediciones Librería Fausto, Buenos Aires, 1974, Mattina, de 1917,
p.103
4 D.T Zuzuki y E. Fromm, Budismo zen y psicoanálisis, F.C.E., México, 1985. La nazuna es una planta de flor blanca..