In memóriam Gonzalo Márquez Cristo. A dos años de su partida.
04-12-18.
Ha partido el poeta que indagaba la “antigüedad del silencio”.
Con sus rituales de fantasía. Con su red de poemas. Con su “mirada inacabable”.
Imagino ahora su alma en reposo, en un valle francés donde sus versos renacen serenos, (aplacados por rituales de belleza), o en la playa de una isla griega a la que siempre quería volver.
Para hundir sus pies en la humedad de las arenas eternas, para sentir el mundo callado en un crepúsculo del amanecer, tomado de la mano con su amor celeste, los dos recogiendo la extensión de las olas en sus brazos, con ese vínculo que une dos corazones en el péndulo del tiempo.
Seguimos celebrando la risa, la sonrisa y la prestancia del poeta, su disposición de hombre virtuoso y noble con neuronas de inconforme.
“Descolgaremos el sol y jugaremos a ser noche”, escribió.
Parecía decir que la vida es algo que no se entrega fácilmente, y escribía sin descanso, más allá de orgullos o soberbias, y la luz que centelleaba en sus versos tenía el mismo fulgor en su prosa.
Mostraba así que no había diferencia con la otra cara de lo que parece ser verdad; que tantas cosas que desfilan ante nuestros ojos deben ser vistas por sus lados ocultos, así en la tierra como en el cielo.
Cuántas veces el viento, que parece estar de nuestro lado, nos niega su frescor.
Cuántas veces la sombra nos parece breve bajo las hojas de los árboles.
Cuántas veces olvidamos las virtudes de la sed y lo invisible.
Se ha ido el poeta con su mar de Grecia en la memoria. Otro mar ha dejado de latir, el que habitaba en su alma, con sus bordes marcados por las plantas de sus pies en la espuma, hendidas junto a las de su amor encantado, ambos poniendo en sus mejillas el labio dulce del amanecer…
Todo indica que el morir lo anuncia el resuello de otro corazón que calla.
Octavio Mendoza. Bogotá, diciembre 4 de 2018.
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